14. Ojalá me pudieras querer (I)

123 17 0
                                    

Andrea, que está poniéndose el sujetador, se sobresalta al ver aparecer a su tía en el cuarto. Ya que Tae Hyuk ocupa el colchón que estaba destinado a las visitas de la señora, ambas están durmiendo Juntas. Le costó tanto conseguir que su tía no hiciera dormir a Kim en el suelo, que no se atreve a decirle nada cuando se pasea por la habitación tan campante, sin importarle si una de las dos está desnuda.

Andrea se pone una camisa y resopla; su privacidad es otra cosa que está sacrificando por ese rescatado.

—¿Cuánto te va a pagar? —pregunta la tía al tiempo que coloca una muda de ropa sobre la cama.

—¿Quién? —pregunta Andrea a su vez, calzándose las zapatillas.

—Tu inquilino, pues.

Andrea se queda tiesa. Con un movimiento casi robótico, se yergue y la mira.

—Me dio quinientos dólares por su estadía y los gastos que hice. Ya sabes, el hospital, la comida y eso.

—Ya. Creo que doscientos cincuenta estaría bien. Habría que acondicionarle el cuarto de las herramientas. Ahora voy a salir a traer una cama y tal vez una cómoda barata. Mientras voy, tú ocúpate de limpiar y ordenar todo. Las herramientas las pueden pasar al tragaluz.

La señora, que contestó al tiempo que se cambiaba el pijama por ropa de calle, sale de la habitación sin volverse a dirigir a Andrea. Ella reacciona tarde: para cuando va en su busca, se escucha la puerta al cerrándose.

—¿Lo va a dejar quedarse? —murmura todavía sin poder creérselo.

Aunque es domingo, Andrea se levantó temprano para preparar el desayuno y evitar que su tía mueva un dedo. Karen le contó que Kim se estaba encargando de todas las labores de la casa antes de que la señora se pusiera a hacerlo, y Andrea estaba dispuesta imitarlo si con eso mantenían el buen ánimo de su irritable tía.

Kim, por su parte, apenas le respondió con un "estoy siendo útil" cuando ella le preguntó cómo hacía para que la mujer no se la pasara refunfuñando todo el tiempo. Poco después, le repitió lo mismo cuándo le preguntó cómo hizo para que le diera un cuarto día de estadía allí. El quinto día estaba segura de que algo extraordinario estaba pasando, pero no dijo nada. Si su tía no mencionaba el asunto, ella mucho menos lo haría, aunque estaba segura de que pronto la señora declararía que el coreano debía irse. Y, sin embargo, acababa de salir para traerle una cama.

Andrea termina de preparar el desayuno y se remueve inquieta en la cocina. Kim llevó a Scott a su paseo matutino diario, y, otra vez, está demorando demasiado en regresar.

Cuando pasan las dos horas y no se aparece, va a casa de Karen a preguntar por él. Apenas toca la puerta, se escuchan los ladridos de Scott.

—Oye, ¿y Kim? —pregunta Andrea al tiempo que acaricia al cachorro.

—Buenos días para ti también. Se fue con tu tía.

Andrea se envara.

—¿Qué?

—Se la encontró en el parque así que trajo al petiso y luego se fue a alcanzarla.

Andrea se queda muda. Todo aquello es demasiado extraño. Tanto que una idea desagradable le cruza por la mente.

—¿Desayunaste? —pregunta Karen con un ademán para que entre.

—Si, gracias. Tengo que ir a arreglar un cuarto para el nuevo inquilino.

—¿Tu tía le va a dejar quedarse?

—Eso parece. Salió a comprarle una cama sin siquiera haber desayunado.

Esto no es un drama coreanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora