6. El bebé

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Cuando Andrea oye el grito, echa a correr de regreso hacia su casa, temiendo lo peor. Apenas da unos pasos dentro de la sala, se queda paralizada al descubrir al chino, coreano o lo que sea, desnudo en mitad del pasillo.

—¿Pero qué pa...? —dice alguien a su espalda.

Andrea se vuelve y descubre a Karen, la vecina de al lado a la que iba a pedirle prestada ropa de su novio.

Por su parte, el coreano está intentando desesperadamente coger la toalla, pero el terrible dolor en sus costillas no le deja inclinarse, así que ella corre a ayudarlo. Alza la toalla, lo rodea con ella e intenta ajustarla a su cintura, pero él se remueve.

—¡Quédate quieto! —le increpa, pero él parece querer salir corriendo de allí.

Andrea lo retiene pasándole los brazos por la cintura en un intento de enganchar la toalla. Él intenta apartarla, pero el dolor vuelve torpes sus movimientos.

—¡Maldita sea, para ya!

El coreano le responde y por supuesto Andrea no entiende nada de lo que dice, pero aprovecha el instante que él se toma para hablar y logra hacer un doblez lo bastante firme como para que no se le vuelva a caer la toalla. Entonces su mirada se topa con una venda y un trozo de gasa tiradas en el piso. De un empujón se separa de él.

—¡Si le hiciste algo te arranco los ojos! —grita y corre a su habitación.

Allí encuentra a su bebé, acurrucado en la camita que le acondicionó, lamiéndose la herida.

—¿Está bien? —pregunta Karen apareciendo de pronto a su lado.

—Sí, creo que solo se le salió la venda. Se lamió, pero no se sacó los puntos. Ayúdame, tengo que volver a cubrirlo.

Karen sujeta al perrito, que no tendrá más de unos cuantos meses, mientras Andrea le limpia la herida y lo vuelve a vendar.

—Oye, ¿de dónde sacaste semejante hombre? —pregunta la vecina, sentándose en la cama.

—Me lo encontré vagabundeando en la calle... —responde Andrea, al tiempo que se arrodilla junto al perrito y lo acaricia.

—Espera, espera, ¿me estás diciendo que no lo conoces?

—Estaba cerca de mi trabajo, lo he visto desde hace días...

—¡¿Y te lo trajiste a tu casa así nada más?!

—Está perdido, andaba viviendo como un indigente...

—¿¿¿Y???

—¡Estaba perdido!

—¡Eso ya lo dijiste!

—No podía dejarlo así... lo viste, le dieron una paliza... además es coreano. Deberías estar contenta, ¿no querías uno de esos?

—Ay, por Dios, y así dice que yo estoy loca... —murmura Karen para sí misma—. Oye, por si no te diste cuenta, no es un cachorro abandonado.

—¡Ya lo sé! Pero no puede comunicarse, así que es casi lo mismo. Habla inglés, pero ni una pizca de español.

—Entonces debiste llevarlo a una comisaría.

—¡No quiso! Se puso terco con que lo llevara a la embajada, pero yo no tengo ni idea de donde queda, además tenía que curarlo: le rompieron la cabeza y parece que también las costillas.

Las últimas palabras de Andrea logran que su amiga se quede mirándola con una expresión mezcla de asombro y exasperación.

—Tú no tienes remedio... —dice al fin meneando la cabeza.

Esto no es un drama coreanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora