16. La pérdida (I)

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—Otra vez Kim está raro.

Karen deja sobre la mesa la manzana que está comiendo y observa a su amiga que, fingiendo despreocupación, acaricia a Scott dormido a su lado, en el sillón.

—¿Qué le pasó ahora? —pregunta Karen con suspicacia, poniendo atención a los gestos de Andrea.

—No sé. Se la pasa encerrado en su cuarto, no come bien, deambula en la sala por las noches, incluso cuando discute por teléfono suena raro.

—Define "raro".

—Te lo acabo de explicar...

—Yo no sé cómo discute "normalmente" así que menos voy a saber cuándo es "raro".

Andrea resopla, pero termina por dejar en paz a Scott y se concentra en Karen.

—Es el tipo más seguro de sí mismo que conozco. Cuando discute con sus amigos o sus empleados, no sé a quién le llama tanto, habla como si tuviera toda la razón del mundo. Tiene un tonito sarcástico y eleva la voz, pero no grita. Procura no parecer agresivo, solo lo justo para intimidar. Ocupa todo el espacio a su alrededor haciendo gestos, como si lo pudieran ver, y dando pasos largos. Nunca mira al piso, siempre está derechito, como un militar en formación. No titubea. Puede tomarse su tiempo para hablar, pero no porque dude, sino porque está pensando cómo hacerse entender con alguien tonto...

—Ay, Dios... —murmura Karen, llevándose una mano a la frente.

—¿Qué? —pregunta Andrea, alarmada al ver la expresión de preocupación en el rostro de su amiga.

—Que estás jodida.

Andrea va a preguntar de qué demonios habla, pero una llamada la interrumpe.

—¿Aló?

—Buenas tardes, mi nombre es Lucía Lee, llamo de la embajada de Corea del Sur. El señor Kim Tae Hyuk nos brindó este número de contacto...

*****

Andrea se toma un momento antes de confrontar a Kim. Al parecer, todo el mundo tiene razón y ella es una idiota que confía demasiado... Kim está metido en un enorme escándalo de corrupción de funcionarios. Es cierto que es abogado, también es cierto que tiene una vida acomodada en Seúl, pero sus supuestas sus vacaciones parecen, más bien, un intento por huir de la justicia de su país.

Frustrada por sentirse decepcionada en lugar de molesta, Andrea se dirige a la habitación de él con toda la intención de exigirle que se vaya, pero su desilusión puede más.

—Dime la verdad —dice a través de su traductor dejando a Kim con una expresión confundida que la obliga a agregar—: me llamaron de la embajada.

Con esto último él entiende lo que Andrea le está pidiendo. La mira un instante, luego le hace un ademán con el brazo indicando la sala. Ambos se dirigen allí.

Una vez sentados en los muebles, es Andrea quien empieza a hablar.

—¿Qué delito cometiste?

—Ninguno —se apresura a responder él usando su propio teléfono para traducir.

—En los medios de tu país dicen otra cosa —replica ella.

—En ninguna parte del mundo la prensa es totalmente confiable. No todo lo que publican es verdad.

Andrea nota que esta frente a otro Kim. Ya no es el inquilino maniáticamente ordenado, ni el ejemplo de hijo perfecto, ni mucho menos el vagabundo asustado y perdido. Y ni siquiera se parece al Kim gruñón con el que discute y bromea cada día. Esta nueva versión suya no le gusta nada.

Esto no es un drama coreanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora