La fuerza del amor

705 51 19
                                    


Con los días, el estado de Zulema fue progresando hacia peor, los medicamentos ayudaban, pero no eliminaban del todo los síntomas. Aunque en realidad eso no era una sorpresa, pues el médico había advertido que esto ocurriría, y es por ello que esperaban ansiosas la consulta con el nuevo doctor, la cual estaba pautada para dentro de muy poco. Macarena estaba pendiente de la morena día y noche, apenas dormía por estar cuidándola, ya que le preocupaba que le diera una crisis durante la madrugada y se sintiera tan desorientada que no supiera qué hacer ni dónde se encontraba. De hecho, pasó una noche, la segunda que durmieron juntas en el piso de la rubia; despertó a eso de las dos y media de la madrugada insistiendo que tenía que ir a casa, refiriéndose por supuesto a la roulotte.

—¡Suéltame, joder! —gritó Zulema cuando Maca la alcanzó antes de que pudiera cruzar la puerta principal del apartamento, había dicho que quería irse a la caravana, pero iba vestida solo con una camiseta de dormir y estaba descalza y desorientada.

—No te voy a soltar, Zulema, no puedes irte, ve la hora que es, ven a la cama, por favor. —forcejeó con ella para alejarla de la puerta.

—Que no, que me sueltes, quiero irme a casa. —logró zafarse del agarre y alcanzar la salida, pero antes de que pudiera abrir, la rubia se paró frente a la puerta impidiéndole el paso.

—Esta es tu casa ahora. —comenzó a decir con voz suave intentando convencerla. —Es nuestra casa, cariño, ¿no lo recuerdas? —Macarena se aseguró de que la puerta estuviese cerrada con llave y no dejó que la morena se acercase a la misma.

—Estás mintiendo, ¿por qué me mientes? —Zulema se llevó ambas manos a la cabeza en un claro gesto de frustración, estaba luchando con todas sus fuerzas por distinguir la realidad de su confusión, pero el maldito alien dentro de su cabeza no se lo permitía, sentía que estaba viviendo dentro de una nube donde nada parecía real.

—Amor, escúchame. —se acercó a ella y le frotó los brazos con suavidad tratando de ayudarla de alguna manera, quería hacerla sentir mejor y regresarla a la realidad, pero no tenía ni idea de cómo hacerlo. —No te estoy mintiendo, yo sé que ahora mismo estás confundida, que no sabes lo que está pasando, pero estás en casa, estás segura aquí conmigo, no puedo dejarte ir.

—Es que yo no te conozco. —soltó Zulema de repente, claramente frustrada aún, sus manos frotaron su rostro al borde del llanto, y luego se movió lejos de la mujer más joven como si estuviera viendo a una extraña que intentaba invadir su espacio sin conocerla.

Maca sintió como sus propios ojos se llenaban de lágrimas, sabía que este momento podría llegar, el doctor lo había advertido, aunque le dijo que iba a ser pasajero mientras continuase tomando sus medicamentos. Claro, eso si el nuevo médico ofrecía una opción de tratamiento, porque si no, llegaría el día donde Zulema ya no se acordaría más de ella, y ni siquiera de sí misma. Pero a pesar de haber sido advertida de estos episodios, la rubia no estaba preparada para escuchar como la mujer que amaba le decía que no la conocía. Era sencillamente devastador y dolía demasiado, sobre todo porque podía ver la frustración en los ojos de la mayor luchando contra su propia cabeza para recordarla, pero el tumor se lo impedía.

—Zulema, sí me conoces, no lo recuerdas ahora porque estás teniendo una crisis, pero va a pasar, déjame ayudarte. —intentó acercarse a ella nuevamente, pero la morena se alejó más. —Voy a ir por tus medicamentos, quédate aquí, vale. —sin quitarle los ojos de encima caminó hacia la cocina que por suerte quedaba junto a la sala, de esta manera pudo buscar el frasco de pastillas sin descuidarla, pues su miedo era que intentara salir a la calle sola.

La rubia regresó con un par de tabletas y un vaso con agua, se acercó con cuidado a Zulema que la miraba con recelo y quiso darle el medicamento, pero la mujer mayor se negó a tomarlos.

Bajo un cielo de nubes blancasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora