Bajo un cielo de nubes blancas

Pequeños Momentos

Zulema ya estaba acostumbrada a que Maca constantemente se quejara de estar aburrida cuando no estaban haciendo algún atraco. Entre cada robo se tomaban algunas semanas de descanso para tener tiempo de planear el siguiente golpe. Pero en este periodo, la rubia no era capaz de conformarse con el encierro y disfrutar del silencio de la caravana como a la mayor le gustaba. Siempre estaba sugiriendo alguna idea para hacer los días menos aburridos. Un par de veces habían salido a cenar al mismo restaurante al que fueron la primera vez. En ocasiones la menor la arrastraba con ella a alguna tienda a comprar algo que según decía hacía falta para la roulotte. Otras veces se quedaban en casa, pero Macarena compraba bebidas, y juntas tomaban alcohol hasta acabar bailando como locas dentro de la camioneta. En especial la rubia, que tenía el mal hábito de estar consumiendo éxtasis, lo cual a Zulema le parecía totalmente innecesario, no le veía el sentido a drogarse y perder el control de sí misma. Por eso nunca lo hacía, a pesar de las insistencia de su socia para que la probara. La morena no necesitaba consumir ninguna droga para pasarla bien y estar en paz, así como tampoco le hacía falta salir a la calle de paseo para sentirse libre. Con estar en su pequeña casa y poder sentarse en las noches a ver las estrellas, o tomar una taza de café caliente en las mañanas mientras veía salir el sol, era más que suficiente para vivir su libertad al cien por ciento. Pero al parecer para Maca era distinto, si no estaba tomando, probando de vez en cuando el éxtasis o saliendo a alguna parte, se comenzaba a desesperar. Era como si constantemente buscara llenar algún tipo de vacío con algo fuera de las cuatro paredes de la roulotte. En eso eran muy diferentes, pero con el tiempo habían logrado adaptarse a la forma de ser de la otra, así fuera muy distinta a la suya.

...
Sabiendo perfectamente como era su compañera de casa, a Zulema no le sorprendió demasiado que Macarena entrase a la caravana una tarde cualquiera diciendo que quería ir al cine. Pero menos de un minuto fue suficiente para que la morena se negara rotundamente a la idea.

—No pienso ir a ver una ridícula película navideña, rubia, de una vez te lo digo.

—¿Por qué no? Creí que te gustaba la Navidad, y ya casi se acerca la fecha. La mayoría de las pelis que están en esta época en el cine son navideñas.

—Me gusta la Navidad, pero no las películas cursis que hacen al respecto. De todos modos no me agrada el cine, detesto ir lugares con demasiada gente, ya lo sabes, Maca. Además, no le veo el sentido, tenemos una tele aquí, podemos ver películas sin tener que salir de casa.

—Joder, tía, que no es lo mismo. —protestó la más joven.

—Me la suda, conmigo no cuentes. Ve tú si quieres. —se dejó caer en la cama y abrió el libro que había dejado a mitad más temprano.

—Vamos, Zulema, no seas tan aburrida, hagamos algo. —insistió con los brazos cruzados delante de su pecho mientras la veía desde la encimera de la cocina donde estaba apoyada.

—Que no, coño.

—¿Hace cuánto no vas al cine?

Zulema lo pensó, no recordaba la última vez que lo hizo, de hecho, no estaba segura de haberlo hecho alguna vez. Su vida había sido lo suficientemente complicada como para tomarse el tiempo de sentarse en una sala de cine a ver una película de manera relajada. Nunca había tenido ese tipo de libertad; hasta ahora.

—No lo sé, pero ya te dije que no me apetece.

—Siempre es lo mismo contigo, tengo que estar rogándote para todo.

—Pues no lo hagas, yo no te estoy pidiendo que me invites a salir. No soy tu novia, rubia.

—Que te den, Zulema.

La morena suspiró y vio como su compañera comenzaba a buscar una muda de ropa para cambiarse a algo más abrigado para salir. El frío de diciembre ya se sentía en la calle y la rubia vestía únicamente ropa ligera.