El amor es más fuerte que el odio

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El silencio en aquel piso era ensordecedor, el único sonido perceptible eran las respiraciones incómodas de los presentes y el palpitar de sus corazones que seguían a la espera de cualquier reacción de alguno de los involucrados. Zulema miraba a Román, y Román la miraba a ella, ninguno de los dos decía una palabra, se habían enfrascado en una batalla de miradas que podría llegar a ser catastrófica si continuaba por demasiado tiempo. Macarena adulta quería intervenir, pero al igual que los otros dos mayores, se había quedado carente de palabras, incapaz de emitir una frase adecuada para disipar la tensión que se respiraba en el aire.

—Tía, ¿qué pasa, por qué nadie habla? —la primera en romper con el mutismo fue Maca pequeña, que a sus escasos siete años comprendía que cuando los adultos permanecen en silencio durante tanto tiempo es porque algo malo sucede.

—Nada, princesa, todo está bien. —quiso tranquilizarla la rubia mayor, pero no ayudó en lo absoluto que su voz estuviese llena de preocupación al momento de hablar.

—Román... —comenzó a decir Zulema sintiendo su corazón latir con fuerza dentro de su pecho y escuchando cada palpitación retumbar en sus oídos. —Me gustaría hablar contigo, ¿podemos pasar un momento?

Macarena adulta se tensó aun más con la propuesta de su novia, las manos le comenzaron a sudar y su cuerpo tembló a causa de la angustia. A su lado, mini rubita seguía sin comprender la situación y como niña que era, empezaba a impacientarse con la falta de respuestas a sus dudas.

—¿Por qué se miran así, tía Macarena? —insistió la niña tirando de la mano de la mujer adulta y alternando su mirada entre los tres mayores; al no obtener respuesta por parte de la otra rubia, se separó de ella y caminó hasta donde se encontraban su padre y Zulema a pocos pies de distancia. —Papá, ¿qué está pasando? —tiró de su camisa con su pequeña manita para llamar la atención del hombre que no hacía otra cosa más que mirar a Zulema con dureza.

—Maca, nena, ven, vamos a bajar un momento para dejar que tu papá y Zulema hablen a solas, ¿sí? —Macarena adulta se acercó a la cría y la tomó nuevamente de la mano para alejarla de Román y la morena.

Con algo de protesta, la niña accedió finalmente a alejarse de allí con su tía. La rubia mayor no estaba segura de que era buena idea dejar a su hermano y a Zulema solos, pero decidió que sería lo mejor tomando en cuenta la presencia de la niña, pues temía a que se desatara una discusión entre ellos frente a Maca, y que terminaran diciendo cosas del pasado que la pequeña no debía escuchar.

Ya habiéndose quedado a solas, Zulema le hizo un gesto con la mano a Román para que pasara al apartamento, pues seguían en el umbral de la puerta, y no deseaba tener esta conversación en medio del pasillo donde cualquier vecino entrometido podía escucharlos. A decir verdad, la morena no tenía ni puta idea de por qué le había pedido hablar, y tampoco sabía qué iba a decirle ahora que estaban solos, pero en un impulso sintió la necesidad de cruzar algunas palabras con él. Tal vez por el bien de ambas Macarenas, adulta y niña, que estaban directamente relacionadas con este hombre que un día fue su enemigo, o más bien ella había sido la principal enemiga y verdugo de los Ferreiro.

—No sé qué hago aquí, yo vine por mi hija y nada más, no me interesa hablar contigo. —dijo Román siendo el primero en romper con el silencio que inundaba cada rincón de la sala, su voz dura y su mirada aun más severa delataron el odio y el rencor que había en su corazón hacia la mujer que tenía enfrente.

—Román, yo sé que me odias... —inició la morena y de sus labios se escapó un suspiro cansado, estaba agotada física y emocionalmente, y ahora además de eso, tenía que batallar para encontrar las palabras correctas las cuales decirle al hermano de la mujer que tanto amaba. —Y entiendo que no te interese en lo absoluto hablar conmigo o escuchar nada de lo que yo diga, pero quiero que sepas que lamento de corazón lo que ha pasado. —confesó con una mirada sincera atreviéndose a buscar los ojos del hombre que estaban hinchados de tanto llorar.

Bajo un cielo de nubes blancasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora