Un verdadero hogar

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Dormir abrazadas se había vuelto una costumbre, ya no podían descansar bien si no lo hacían. Sin embargo, era un tema intocable para ambas, se trataba de un secreto nocturno que solo tomaba lugar en la oscuridad de la noche. Ninguna de los dos cuestionaba a la otra cuando en medio de la madrugada su compañera envolvía los brazos alrededor de su cuerpo. Tampoco en la mañana cuando al despertar se encontraban todavía abrazadas como lo estaría una pareja enamorada. Y es que de cierta forma lo eran, pero por supuesto, este era otro tema completamente prohibido, incluso consigo mismas. Era más fácil no cuestionarse los motivos por los cuales decidieron pasar las noches danzando muy cerca de la línea roja que tanto ansiaban cruzar. Reprimir sus sentimientos se había vuelto una costumbre aun más grande, pues aunque durante las noches parecían dejarse llevar por el deseo de sentir el calor mutuo, los días estaban llenos de frialdad e indiferencia. Al menos así había sido durante las últimas semanas. Y es que mientras más se daban cuenta en la intimidad de sus mentes, que sus sentimientos por la otra ya eran mucho más que una simple atracción, más buscaban alejarse cuando el sol salía. De alguna manera estaban intentado huir de sus propias emociones, porque simplemente no querían aceptar que después de pasar tantos años odiándose, ahora se necesitaban tanto como el aire que respiraban. Aventurarse a decir que estaban enamoradas era quizá demasiado precipitado, pero sin duda los sentimientos que cada día crecían más y más dentro de sus corazones eran muy parecidos al amor. Un amor tóxico definitivamente, ya que a veces todavía discutían a los gritos, y las amenazas casuales de te voy a matar si sigues jodiendo nunca faltaban. Pero al mismo tiempo se formaba entre ellas un amor reparador, reconfortante, y que les daba a ambas una extraña sensación de estar en casa que hace mucho tiempo no sentían. Era una paradoja en realidad, pues por increíble que pareciera, la misma persona que un día odiaron al punto de querer ver muerta, ahora se había vuelto el lugar seguro al que querían volver cada noche.

Pero no eran solo las noches los momentos en los que parecían tener una verdadera casa. También compartían otros tantos que las hacía sentir que estaban en un refugio lleno de seguridad, donde el pasado no existía. Como cuando se ponían a cocinar juntas o hacer alguna tarea dentro de la caravana en equipo. Esto generalmente desencadenaba discusiones, pues hasta para preparar la comida o hacer la limpieza pensaban diferente. Sin embargo, siempre terminaban haciéndolo unidas de todos modos. Casi como si la presencia de la otra fuera ya una parte adicional de su cuerpo que no podían sacarse. No te quitas una pierna o un brazo aunque te duela, pues por más molestoso que sea necesitas esa extremidad para funcionar. Algo así pasaba con ellas; no importaba las veces que discutieran o que necesitaran tomarse un ligero descanso de la otra, al final del día siempre se escogían por encima de todo.

...
Recientemente Maca había propuesto comenzar a ver una serie juntas. Al principio Zulema había dicho que no solo por llevarle la contraria a la rubia y no darle el gusto. Pero de alguna forma la más joven la terminó convenciendo y la mujer mayor accedió. Ahora en las noches después de cenar se metían a la cama y se ponían a ver la tele que habían instalado en la pared de la roulotte justo a los pies del colchón. Con eso de intentar mantener la distancia a excepción de cuando dormían, siempre que veían la serie juntas se mantenían cada una en su lado de la cama y cuidaban de no tocarse ni por accidente, así lo desearan con todas sus fuerzas. Pero no podían permitirse caer en la tentación de sentir el calor de la otra estando completamente despiertas y conscientes de lo que hacían. Si se dejaban llevar no tendrían manera de explicar por qué lo estaban haciendo. Y si algo tenían estas dos mujeres, es que eran demasiado orgullosas como para admitir que querían y necesitaban estar juntas.

Se encontraban terminando de cenar en la mesa. Esa tarde le había tocado cocinar a Macarena, y había preparado una receta que sacó de internet. La cual en un principio, Zulema criticó y le dijo que seguramente no le iba a quedar exacta como ponía dicha receta, ya que no tenían en casa los ingredientes exactos. Aun así la rubia se las arregló para improvisar y ahora la morena comía en silencio no queriendo aceptar que se había equivocado, pues la puta comida sabía riquísima.

Bajo un cielo de nubes blancasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora