Juntas nos sentimos menos solas (Parte 1)

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A Zulema nunca le había gustado celebrar su cumpleaños, le traía malos recuerdos de cuando era una niña y su madre la ató a una silla en una de las pocas ocasiones que le festejó la fecha. Todavía recordaba mirar las velas en el pastel mientras sus manos permanecían atadas detrás de la vieja silla de madera. Su mamá y su abuela cantándole la canción de cumpleaños en su lengua materna; tan solo cumplía trece años y ya se sentía encarcelada. Por eso no le gustaba la fecha, prefería dejarla pasar como si fuera un día más, le parecían patéticos los típicos festejos, el pastel, los globos, los abrazos, los buenos deseos, y toda esa mierda que hace la gente normal. Pero, ¿qué pasa cuando sabes que será tu último cumpleaños, que ya no habrá más porque la vida se te apaga poco a poco? Zulema sabía que iba a morir, el doctor no le había dado ninguna esperanza de vida. Meses. Le había dicho cuando ella le preguntó cuánto tiempo le quedaba. Por lo que ya no alcanzaría a cumplir el siguiente año de vida, esta era su última vuelta al sol, y nunca pensó que le dolería tanto saber que ya no tendría más cumpleaños. Estuvo tantas veces de cara con la muerte, que no le asustaba, nunca lo hizo. Pero ahora que estaba tan cerca de alcanzarla, daría cualquier cosa por tener un poquito más de tiempo. Quizá se debía a que por fin había encontrado un motivo para vivir, que después de tantas desgracias finalmente sentía que tenía un hogar, o por lo menos lo más parecido que había tenido a una casa. Con la rubia tenía ese sentido de normalidad al que siempre le huyó, pero que sin saberlo, por mucho tiempo le hizo falta. Maca se había convertido en su refugio, en ese lugar seguro al que siempre quería volver sin importar las veces que discutieran y se destruyeran mutuamente. Ella era su zona tranquila, su lugar de paz, y a pesar de que a veces parecía que iban a sacarse los ojos una a la otra, no cambiaría por nada en el mundo lo que tenían ahora.

Las últimas dos semanas habían sido bastante sosegadas, habían cometido su último atraco apenas un par de días atrás. Todo marchaba en calma, las discusiones recientes no habían sido demasiado intensas, o al menos no terminaron en amenazas de muerte. Y en todo caso, sabían muy bien como dar por terminada cualquier pelea. Nada que un buen polvo no arreglara. Se podía decir que desde que habían aceptado sus sentimientos las cosas habían cambiado un poco, no en cuanto a su comportamiento, pues aún seguían discutiendo cuando hiciera falta, se dejaban de hablar por horas si se sentían muy abrumados, y también se decían las verdades en la cara si era necesario. Tampoco habían expresado con palabras cuáles eran esos sentimientos, pero el simple hecho de reconocer delante de la otra que ahí estaban, había sido suficiente para que un peso se les levantara de encima. Sentían cierta paz sabiendo que no estaban solas en esto, que ambas se habían enamorado. En las noches se lo demostraban con besos y caricias, se decían todo lo que sentían con abrazos y miradas de amor que no mentían. Y aunque luego al amanecer volvieran a fingir que no eran nada, había momentos en los cuales se olvidaban de todas las putas reglas y líneas que no debían cruzar y se les escapaba algún gesto de amor inconsciente que antes de reconocer sus sentimientos jamás se permitieron.

...
Zulema cumplía años ese día, y Macarena se había roto la cabeza toda la semana pensando si debía hacer algo especial o no para la morena. Ni siquiera estaba segura que a la mujer mayor le gustara celebrar la ocasión. El primer año viviendo juntas, Zulema desapareció todo el fin de semana para esa fecha, y la rubia no sabía si simplemente había querido huir porque odiaba las felicitaciones en ese día, o si lo había festejado con alguien más. Conocía bastante bien a Zulema, pero todavía había cosas de ella que eran un completo misterio. Había pensando en varias opciones para festejarla, pero ninguna parecía apropiada, o no sabía si iban a sentarle bien, en ocasiones era difícil predecir cuál sería la reacción de la mora ante algunos gestos. Así que optó por la sencillez, porque sabía que a pesar de todo el dinero que poseían, Zulema prefería los pequeños detalles en vez de los lujos. Prueba de ello era que vivían en una pequeña caravana en medio de la nada cuando podrían comprarse la casa más grande y lujosa de Madrid. Además, manejaban un auto viejo, lavaban la mayoría de su ropa a mano y nunca gastaban en exceso. La morena no usaba ropa demasiado cara, odiaba las joyas, llevaba casi dos años con el mismo par de botas y se negaba a cambiarlas, no tenía el último móvil que salió al mercado y en raras ocasiones se daba un gusto. Zulema siempre buscaba la riqueza porque la manera como la obtenía representaba la libertad, pero no necesitaba tanta pasta para vivir, le gustaba la simplicidad de las cosas.

Bajo un cielo de nubes blancasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora