Decir adiós duele

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Cuando Zulema llegó a casa esa noche, Maca sintió un gran alivio al verla, pues había estado preocupada por ella todo el día pensando que se desaparecería una semana entera o más, como había hecho en otras ocasiones. Y le preocupaba más ahora que la morena había tenido ese episodio tan extraño durante la madrugada, pues aunque su socia insistiera en negarlo, ella sabía que algo no andaba bien; el comportamiento de la mujer mayor no había sido normal. La preocupación de la rubia era que le fuera a pasar algo, o a que volviese a tener una crisis como la de la noche anterior y no hubiese nadie con ella para ayudarla. Se había roto la cabeza toda la tarde pensando a qué podría deberse lo que pasó, pero simplemente no llegaba a ninguna conclusión. Y conociendo a la mora, no querría hablar del tema y mucho menos contarle si es que algo iba mal. Pero se alegraba de que ahora estuviese en casa, así no tendría que pasar la noche completa preocupada por ella, y tampoco a la espera de que regresara días después. Eso pudo soportarlo al principio quizá, cuando aún no eran lo que son ahora. Porque sí, son una pareja, así Zulema dijera lo contrario, así no lo hubieran definido ni lo gritaran a los cuatro vientos; se amaban y tenían una relación, a su manera, pero una relación a fin de cuentas.

Macarena notó tan pronto Zulema cruzó la puerta, que la mujer tenía un semblante serio, lo cual no era necesariamente extraño en ella, pero aun así pudo notar cierta tensión que otras veces no sentía cuando su compañera llegaba a la caravana que compartían.

—Hola. —la saludó luego de que cerrara la puerta a sus espaldas. —¿Estás bien? —quiso saber desde la cama donde estaba sentada.

—Sí. —respondió la mayor sin elaborar, y ni siquiera se detuvo a mirarla, se fue directamente a un pequeño armario que usaban las dos y buscó su ropa de dormir, Maca frunció el ceño.

—Zulema, ¿segura que estás bien? —insistió.

—Que sí, rubia, estoy perfectamente bien, no empieces a joder, ya es tarde. —dicho esto se llevó su pijama, que no era más que una camiseta ancha y desgastada, y se encerró en el pequeño baño de la roulotte.

Unos minutos más tarde, Zulema aprovechó el agua que caía de la ducha para dejar escapar algunas lágrimas. Había decidido ese mismo día después de que fuera a ver a al doctor, que tenía que alejarse de Macarena para siempre. No podía seguir con ella porque tarde o temprano se terminaría enterando de su enfermedad, y eso era precisamente lo que no quería que pasara. Cuando vio a su alucinación esa tarde en la carretera vacía, estaba segura de que esa era la mejor decisión, y había llegado a casa dispuesta a decírselo a la rubia sin titubeos. Pero tan pronto cruzó la puerta y la vio en la cama de ambas ojeando su celular y oyendo música con sus auriculares, sintió un vacío muy grande al pensar en no volver a ver esa imagen nunca más. Sin embargo, sabía que era algo que tenía que hacer, solo necesitaba un poco más de tiempo para prepararse emocionalmente antes de decir el adiós definitivo. Mientras se bañaba, lloraba en silencio por su miserable destino, ¿qué le esperaba en cuanto se alejara de Maca? ¿La soledad infinita, perder la memoria hasta morir en una cama sin la compañía de nadie? ¿El sufrimiento constante hasta que diera su último aliento? Se moría de dolor solo pensar en ello; en sus últimos días de vida sin su rubia. Pero no le quedaba otro remedio, tenía que hacerlo por el bien de las dos, así se le desagarrase el corazón en el intento.

Cuando salió más tarde del baño, encontró a Macarena en la cocina preparándose un té, la rubia levantó la mirada de lo que hacía y ambos pares de ojos hicieron contacto.

—¿Quieres uno? —preguntó la mujer más joven refiriéndose al té.

—No, gracias. —le contestó Zulema y siguió su camino hasta la cama.

—Preparé la cena y no llegaste, pero si quieres te la caliento para que comas algo.

—No tengo hambre, además, ya es tarde, prefiero acostarme.

Bajo un cielo de nubes blancasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora