12. Comprando el pan en territorio desconocido

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No acababa de entender lo que había pasado, pero como mínimo tenía un problema menos, así que ni se me pasó por la cabeza ir a pedirle explicaciones a quien fuese.

Poco después de que el teniente coronel Gideon Meyer se fuese y yo entrase en casa, Karina me pidió que fuese a hacer unos recados. Ese día había invitado a la familia a comer, y no teníamos comida suficiente para todos.

Así pues, cogí la cesta que la señora me tendía junto con la lista de la compra y salí de casa.

Medio perdida, crucé el campo de concentración y creo que recorrí la mitad de los callejones, aún sin la suerte de cruzarme con las tiendas que la señora Braun me había apuntado en el papel.

Lo que sí que me crucé fue ese gran edificio en forma de cuadrado en el que Reiner y yo tuvimos un "duelo de miradas" la última y primera vez que estuve ahí, y me sorprendió el panorama que encontré.

En el suelo, de rodillas, se encontraban ese grupo de cuatro niños en total formado por Falco, Gabi, y los que creo recordar que se llamaban Zofia y Udo. Estos dos últimos rodeaban al rubio y, aunque estaba demasiado lejos como para oírlos, parecía que estuvieran celebrando algo. Gabi, jadeando a un par de metros de estos tres, parecía llevar el velo de la derrota en su rostro de una manera bastante exagerada.

Y eso me hizo sonreír.

No me malinterpretéis, no me estaba burlando de la niña ni nada, es solo que... Eran niños. Se alegraban por cosas tan simples como ganar una carrera, y asimismo se derrumbaban por perderla. Se alegran como si hubieran descubierto que un compañero sigue vivo cuando les regalan un juguete y cuando se rompe parece que se haya muerto toda su familia. Es adorable ver una mente tan pura, tan... absenta de preocupaciones.

Dudaba que su mente estuviera tan limpia como la mía a su edad, pues ellos se estaban entrenando para ir a la guerra, pero me recordaron lo mucho que echaba de menos ser un crío.

Alcé la mirada hacia los balcones del edificio, en donde había notado anteriormente que había gente a pesar de no haberme fijado demasiado, y mi mirada se cruzó con la de Reiner, quien se estaba ahí con unos cuantos compañeros, amigos... yo qué sé.

Pero no me importaba.

Lo importante fue que me miró. Nos miramos. Y, por un segundo, solo existimos nosotros en el universo.

Mi corazón dejó de latir durante un breve instante para luego empezar a latir con más fuerza y, sin poder combatir la intensidad del momento, aparté la mirada. Inmediatamente, me di cuenta de mi error y la volví a Reiner, quien por suerte seguía mirándome.

Le sonreí, y él sonrió.

Noté como mis mejillas se sonrojaban ligeramente, pero esta vez no aparté la mirada. Volví a sonreír, ahora permitiéndome hacerlo algo pícaramente, y hice un leve movimiento de cabeza hacía la calle por la que andaba en ese momento, en la dirección en la que iba. Él miró a sus compañeros un segundo y luego volvió a posar sus ojos color café con leche en mí, para asentir ligeramente.

Como una boba, volví a sonreír, solo que esta vez el gesto fue más amplio y se podían ver mis dientes.

Y, ahora sí, volví a caminar, deseando que de verdad hubiese entendido lo que le había intentado decir.


– Buenos días, señorita. –Saludó uno de los dos guardias que guardaban la puerta del campo de concentración, alzando con una mano su sombrero en un gesto amigable.

A pesar de ser marleyenses, esos dos parecían no tenerle tanto asco a la comunidad eldiana, tal vez porque se pasaban el día rodeados de ella y se habían dado cuenta de que, a fin de cuentas, tan solo son personas normales y corrientes.

La guerrera de la banda gris [Reiner Braun x Oc]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora