Justo en cuanto pensé que todo iba a explotar, alguien murmuró.
–Me engañó... Yo lo admiraba. Pero me engañó todo este tiempo –Era el pequeño Falco. Ahora sí que había unido todas las piezas y, al igual que yo, empezaba a caer en todo lo que había hecho por ese homicida los últimos días.
–Lo siento, Falco –respondió él, en su tono monótono. No lo sentía para nada–. Me ayudaste mucho.
Esas palabras parecían ser el último empujón que le faltaba al pequeño aspirante a guerrero para darse cuenta de todo.
–Las cartas... –empezó este–. ¿Las cartas que enviaba para usted...?
Reiner en ese momento se giró sorprendido, aterrado, hacia Falco. Y yo también. Esas cartas eran de lo poco que se me había explicado acerca de nuestro plan, y sabía perfectamente a quién iban dirigidas.
–No eran para mi familia, sino para mis compañeros –confirmó Eren como si nada.
Falco se apoyó en la pared, como si el peso de todos sus actos inocentes cayera de repente sobre sus hombros y no pudiera sostenerlo.
–No puede ser...
–¿Tus compañeros? –Reiner parecía estar en otra parte muy distinta de la conversación.
Al oír esas palabras de su boca, algo se estremeció dentro de mí. Sí, los compañeros de Eren. Mis compañeros. Los que una vez habían sido los compañeros de Reiner. Y, ahora, sus enemigos.
Tybur, ajeno a todo lo que pasaba en ese sótano, siguió hablando. Explicó que la familia real no podría hacerlo, pero que como el titan fundador ahora estaba en manos de Eren, el retumbar era una opción y no demasiado improbable. Y no se dejó detalles al explicar lo que pasaría si el retumbar empezara: que nadie podría hacer nada, que toda civilización desaparecería, aplastada por esos titanes colosales. Que todo desaparecería.
–Así es –afirmó Eren, que seguía el hilo del discurso–. Tybur tiene razón. Yo soy malo. Podría traer el fin del mundo. Pero a mí ustedes también me parecieron los malos.
Siguió hablando, por encima de esos tambores espeluznantes que no paraban de sonar. Rememoró cuando las murallas se rompieron, cuando los titanes arrasaron su ciudad, cuando su madre fue devorada enfrente suya...
–¿Porqué, Reiner? –preguntó, casi inocentemente–. ¿Porqué un titan devoró a mi madre ese día?
Algo empezó a formarse en mí. Un nudo que, con cada palabra suya, crecía un poco más. Y un poco más. Y un poco más. Y, poco a poco, nublaba mi mente, me impedía respirar.
–Porque nosotros destruimos la muralla –respondió Reiner.
–¿Por qué la destruyeron?
–Para infiltrarnos dentro e investigar al rey de las murallas.
–¿Cuál era su misión?
–Recuperar el titán fundador y salvar el mundo.
–Ya veo. Si era para salvar el mundo –repuso Eren–, tenían que hacerlo. ¿No?
Reiner apartó la mirada. No respondió. Estaba aceptando las consecuencias de sus actos, el peso de toda la culpa. Y, mientras tanto, Falco descubría de golpe toda la verdad.
–Aquel día dijiste –empezó tras un breve silencio Reiner– que procurarías que muriéramos sufriendo todo lo posible. A eso viniste, ¿no?
Al verle el rostro preguntando eso, algo se rompió en mí. El nudo empezó a crecer a una velocidad vertiginosa, y no pude hacer nada para evitarlo. Tenía que salir de ahí, ya.
–¿Sí? ¿Eso dije?
La conversación a mi alrededor seguía.
Eren expuso que antes creía que todos en ese lado del océano eran malvados, pero que había descubierto que hay gente mala y gente buena en todas partes. Explicó que había comido con el enemigo, y dormido bajo su mismo techo. No pude ignorar la fugaz mirada que me dedicó en ese momento Reiner, pero tampoco me pude centrar en ella.
El portador del titán fundador siguió hablando, justificando de lo que se acababa de inculpar Reiner: no era culpa suya que hubiese querido seguir con la misión. No era culpa suya que, des de pequeño, le hubieran implantado falsas creencias en su mente. No era culpa suya que, al fin y al cabo, solo fuera un niño.
–Dime, Reiner. Sufriste todo este tiempo, ¿no es así?
Lo conocía. No me hizo falta mirar hacia esa dirección para saber que todas esas palabras... No habían hecho más que dar en el blanco. Justo en el trauma del que por lo visto era el titán acorazado.
–No. ¡No, Eren!
Reiner se alzó; la silla cayó hacia atrás por el impulso. Me llevé las manos a la cabeza. Intentaba prestar atención a lo que pasaba, a como el rubio se arrodillaba enfrente del infiltrado y le suplicaba clemencia, echándose a sí mismo toda la culpa una vez más. Pero las voces no se callaban.
–Es mi culpa. ¡Un titán devoró a tu madre por mi culpa! –oí, por sobre de estas, que gritaba Reiner. Pero parecía hacerlo en una realidad paralela, en la sala contigua. No delante de mí.
El ruido del exterior volvió a augmentar. El hombre de arriba, en el escenario, ese tal Tybur... No paraba de hablar. Hablaba y hablaba y hablaba y hablaba, y no paraba. Seguía y seguía, y sus palabras junto con las de Eren, y Reiner, y mis pensamientos, y las voces... Cada vez estaba más nerviosa.
–¡Les pido a quienes no quieran morir que colaboren! –Por un momento, la voz de Tybur se sobrepuso a las de mis compañeros de estancia–. ¡Vivamos para ver el futuro juntos!
Los aplausos estallaron como locos, y las masas reunidas fuera empezaron a gritar al unísono. Todos parecían encantados con el discurso del Tybur, pero yo estaba centrada en otra cosa. Puede que las voces no callaran, pero pude ver la declaración oculta tras la afirmación de Eren cuando ayudó a Reiner a levantarse del suelo, justo después del final del discurso.
"Soy como tú", había dicho. "Tú podías estar traumado, arrepentirte y llorar todo lo que quisieras, pero cumpliste tu misión. Yo voy a hacer lo mismo", quería decir.
–Seguiré avanzando –declaró, antes de alzar la mirada hacia Reiner y clavarla en él con una locura intensa que nunca antes había visto–. Hasta que extermine el enemigo.
Y todo explotó.
ESTÁS LEYENDO
La guerrera de la banda gris [Reiner Braun x Oc]
Fanfic¿Ir al otro lado del océano? De pequeña ni siquiera sabía que eso existía. Pero lo que no esperaba era encontrar ahí algo tan importante para mí como el amor. Y tampoco quería cagarla gracias a eso, tirando todos los esfuerzos de mis compañeros po...