11. El tío de ojos azules me salva el culo

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No podía apartar la mirada.

Los profundos ojos azules de ese marleyense jodidamente atractivo me tenían hipnotizada, a pesar de estar teñidos con el extraño desinterés e inexpresividad que los cubría esa preciosa mañana.

Pero antes que nada, para poneros en situación, creo que debería retroceder unas cuantas horas.

La noche anterior, Reiner y yo habíamos estado hablando un buen rato después de "proponer" lo del baile, y aunque ambos parecíamos bastante contentos con la idea, algo en el fondo de mi ser me decía que no se llevaría a cabo. Que nos cansaríamos de la idea. O que, en el peor de los casos, soldados marleyenses evitarían tal aglomeración de eldianos intentando pasárselo bien.

Así pues, para mí la idea ya casi era inexistente.

Reiner también me había informado de que mañana por la mañana tenía una reunión muy importante con marleyenses de alto rango, por lo que seguramente no estaría en casa hasta la hora de comer. Así pues, tuve que esperar a que llegara Karina un par de horas más tarde para pedirle a ella que me despertara bastante temprano, ya que necesitaba tiempo para prepararme mentalmente y confrontar a Koslow.

Tenía que preparar argumentos factibles que no hiriesen el orgullo de esos marleyenses: estaba en una misión de reconocimiento, no podía permitir que me fusilaran públicamente por haber castrado a un marleyense, por mucho que no me arrepintiera de nada.

Así pues, tal y como le pedí, esa mañana Karina entró en mi habitación cuando el sol aún no había salido, y desayuné con ella en un silencio sepulcral pero que, gracias a Ymir, no se me hizo incómodo. Se notaba que ambas estábamos sumergidas en nuestros pensamientos, por lo que la falta de tema de conversación no era preocupante.

Fui a vestirme y, cuando bajé con el mismo uniforme militar que llevaba utilizando des de hacía unos días (lo había limpiado un par de veces, tampoco os creáis que soy una cerda), Karina se enfadó. Me dijo que una señorita no debía vestir eso por mucho que fuera militar, y aunque el argumento no era demasiado de mi agrado, terminé aceptando la ropa que la mujer me prestó.

El conjunto era sencillo: unas botas de cuero con un tacón prominente escondidas bajo una larga y bastante tupida (para mi gusto) falda de color marrón. Como "soy joven" y "luzco un buen tipo", me hizo ponerme un corsé bastante básico que tenía por casa para remarcar aún más mis curvas, aunque tuve que aflojármelo cuando no miraba, porque no había manera de respirar con eso. Para llevar encima del corsé me dio una blusa blanca del mismo tono que el delantal de cintura que me había dejado para ir por casa y un chaleco pequeño de piel áspera con unos cosidos negros que se entrelazaban por encima del pecho.

Era bonito, para qué te voy a mentir, y mil veces mejor a la vista que el uniforme militar; aunque también mil veces más incómodo.

Para terminar de rematar el atuendo, me dio un pañuelo que supongo que iba en la cabeza, pero yo me lo até al cuello para darle un toque "atrevido" al atuendo tan tradicional que la señora me había dejado.

Aún le estaba agradeciendo cuando llamaron a la puerta y, cómo no, fui a abrir.


– ¡Es ella, estoy segurísimo! –Le gritaba Koslow a un hombre con gafas y pinta de llevar un palo metido por el culo de lo estirado que iba, que se miraba la escena con desinterés. El marleyense pervertido, seguido de un par de sus amigos, todos ellos con la cólera tiñendo de locura sus miradas, estaba plantado delante de la puerta de los Braun–. La muy zorra se hizo la enferma para que un eldiano de banda roja le salvara el culo, pero esta vez no se va a salir con la suya.

Yo me lo miraba con una ceja levantada, agradeciendo el par de escalones de la entrada que me colocaban por encima de él. Me sentía poderosa, y a pesar de haberlo meditado, eso es lo que transmitía mi actitud: superioridad.

La guerrera de la banda gris [Reiner Braun x Oc]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora