12. Ilusiones

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Poché.

Ya no estábamos dentro del club, habíamos dejado el pasillo en algún momento para aparecer en un callejón. ¿Cómo había sucedido? Ni idea. Quizás ella nos había hecho aparecer aquí o viceversa, pero era lo menos importante.

Nos separaban unos cinco o seis metros. Nuestras alas estaban desplegadas, alertas, nuestros ojos no cortaban el contacto esperando la señal de ataque que las dos sabíamos que llegaría. Algo en mi interior se preguntó qué había pasado, cómo habíamos acabado en esta situación de estar a punto de pelear. Entendí, al escuchar su respiración pesada, que antes al tocarla había removido cosas profundas en nosotras. No era posible pensarlo siquiera, yo tan cerca de Daniela y ella sin alejarse, más que ser una sugerencia de dominación en segundos se había transformado en una declaración de guerra.

Las dos estábamos enojadas porque el límite había sido cruzado. Sabía que Daniela se sentía confundida por su comportamiento, por haberse dejado tocar por un ángel, y yo estaba debatiendo mis propias acciones, asqueada y llena de rabia.

-Podría terminarte en un segundo. -dijo entre dientes, una daga con piedras doradas del tamaño de su antebrazo apareció en su mano derecha pero no me inmuté. Su orgullo nuevamente, el orgullo de alguien que pretende estar en control de todo.

-¿No te han enseñado que los demonios nunca ganan?

-¿No has visto cómo está el mundo últimamente, cariño? – respondió irónicamente y mis alas se sacudieron.

-Llegará el día en el que ustedes desaparezcan junto con todo lo que significan.

-¡No eres tan ingenua! ¿O sí? Los mortales aman el pecado. No pueden vivir sin el poder, sin mentir, engañar... No pueden dejar el sexo. Todos los secretos sucios que guardan muy en el fondo los llenan de vida. Una vida repulsiva y carente de honor pero, ¿quiénes somos para juzgar? -rio nuevamente pero su máscara de odio se asomó otra vez.

-Dime tú quién eres para juzgar, ese es el trabajo de ustedes al fin y al cabo.

-Me temo que te equivocas y lo sabes, María José. Nosotros no pedimos castigar a nadie, es tu tan glorificado dios el que creo el infierno y desterró a su hijo para gobernarlo. Claro, pero a él la historia no lo culpa. El santo siempre será santo mientras el diablo muestre los cuernos.

-No hables de...

-La verdad duele. - Daniela escondió los alas de una sacudida pero seguía con la daga en mano cuando comenzó a caminar hacia mí con lentitud. -¿Qué quedará de ustedes cuando el mundo se termine de pudrir, a quién cuidarán?

Una sensación de abatimiento me nubló la vista un momento, mis piernas temblaron y mi cabeza se sintió pesada. Me concentré en ella que seguía viniendo hacia mí pero no podía aclarar mi mente. Mis alas volvieron a su lugar en algún momento, mis manos comenzaron a sudar.

-¿De pronto tan callada? -no sabía en qué momento había estado tan cerca de mí. Tenía mi cabeza apuntando al suelo debido al repentino cansancio cuando su daga raspó mi cuello haciendo que la mire. - Tan callada que me asombra.- Presionó la daga para que levantara más la cabeza y el filo me quemó, debía de ser de su propiedad para que pudiera dolerme, casi no habían armas que me lastimaran. Mirando solo sus ojos algo me dolió en el fondo de la mente, como si una aguja me estuviera atravesando el interior del cerebro, como si me estuvieran arrastrando lejos de donde estaba. Mi respiración se volvió irregular y Daniela ladeó la cabeza, un tanto confundida, frunció el ceño y me sentí debilitar. Eran tan claros como la primera vez que los había visto. -¿Qué haces ahora? - escuché su voz como si estuviera debajo del agua y algo quemó mi brazo justo cuando sentí mis rodillas tocar el suelo.

ᴘʀᴏʜɪʙɪᴅᴏ ᴛᴏᴄᴀʀᴛᴇ [ᴄᴀᴄʜᴇ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora