30. Incluso Los Angeles Tienen Sus Demonios

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Calle.

Desperté en la cama solo para darme cuenta de que María José no estaba. Varias cosas pasaron por mi cabeza pero todas significaban lo mismo; se había ido. Me senté en la cama, arranqué las vendas que ya no eran necesarias de mi brazo y suspiré.

María José quizás se odiaba por lo que habíamos hecho. La noche anterior tal vez no había sido ella en su totalidad, quizá era el pasado el que había tomado posesión de su ser. Ya no estaba segura de nada pero no ignoraba la mala sensación en mi interior que me recordaba que yo también había hecho algo malo. No por tener sexo con un ángel, al contrario, por haber sentido ese momento como mucho más que un juego de un demonio. Era mucho más para mí.

Comenzaba a pensar en volver al infierno cuando la puerta de la habitación se abrió. Mi corazón enloqueció al verla, de manera literal, casi grité por la emoción de que estuviera aún aquí.

María José solo estaba vestida con la misma camiseta que yo había tenido el día anterior, su piel blanca y pura parecía brillar. Su cabello negro con uno que otro mechón rubio caía en ondas hermosas sobre su pecho y sus ojos eran los más verdosos y bellos. Un ángel en verdad.

Yo, por mi parte, me encontraba desnuda. No estaba al tanto si los demonios sentían algo parecido a la vergüenza pero aún así mis mejillas se calentaron.

-¿Acaso esa es mi camiseta? -dije cuando dejó la bandeja de comida que había traído en la mesita a su lado y se acostó conmigo.

-Me gusta como hueles, no puedes culparme.

Volvió a acomodar la bandeja entre nosotras y me sentí extraña, tonta y como una adolescente otra vez.

-Pensé que...

-¿Me había ido? -asentí y solo para evitar su mirada observé la comida frente a mí-. No quiero irme.

-¿Eres tú, María José? -dije cuando ya no podía retener las palabras, solo contemplando un pedazo de manzana entre mis dedos sentía su mirada quemar.

-Claro que soy yo.

-Por un momento creí que habías recuperado la razón, que habías recordado quien eres.

-Sé quién soy, pero no quiero hablar de eso ahora.

-¿Cuando sino? -y esta vez alcé la mirada-. Todo el tiempo estoy pensando que volverás a ser tú, el ángel que me odia, que no puede tolerarme. Cómo si esto fuera un sueño cruel y de un momento a otro recordaras lo que soy.

-Sé lo que eres y ahora mismo no me importa. Sé que hay algo de bondad en ti, Daniela.

-¿Bondad? -repetí sin creerme lo que escuchaba pero María José permaneció muy paciente-. Soy un demonio, he tenido que matar gente con mis propias manos, hice... Cosas terribles. Puedo sentir toda esta maldad en mi interior aún, María José, el odio, eso no desaparece.

-Elegiste otra víctima tú misma para que yo no tuviera que hacerlo, para no manchar mis manos, para intentar mantenerme pura. Hiciste que esa anciana dejara de sufrir porque nadie más la ayudaría, podrías haber elegido a cualquier otra persona, un mortal diferente. Pero en cambio hiciste tu elección y la sacaste de su miseria. No puedes decirme que en ti no existe ni una sola pizca de bondad.

María José me miró a los ojos y tuve ganas de negarlo todo. Pero hasta ahora ni siquiera yo sabía porqué había elegido a aquella mujer como víctima

-No se supone que un demonio sea bondadoso, ni que tenga piedad, ni... ¿Qué estamos haciendo?

Por primera vez María José rompió esa serenidad en su expresión para dar lugar a una mirada incierta.

ᴘʀᴏʜɪʙɪᴅᴏ ᴛᴏᴄᴀʀᴛᴇ [ᴄᴀᴄʜᴇ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora