Ad finem fidelis I

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"Yo habría esperado quinientos años más por ti. Mil años. Y si este era todo el tiempo que se nos permitiera tener... La espera habría valido la pena."


*****

-¿Cuándo ha salvado al mundo una guerra?

-Bienvenida es toda extinción si puede hacer algo por este deplorable planeta.

-Pero ¿y los inocentes? -alguien a su derecha se burló al instante.

-No quedan de esos ya. Todos estamos jodidos.

Las personas alrededor de la conversación asintieron resignados y volvieron sus cabezas hacia otras cuestiones dentro del autobús. En mi asiento de la última fila yo lo veía todo. Nadie me miraba a mí, nadie estaba cerca. Las auras de diferentes colores vibraban cálidas sobre los humanos, algunas más sombrías que otras. Antes habría seguido al mortal de aspecto cansado y ojeras profundas dos asientos en frente, habría curioseado tras él para saber por qué su aura tenía tintes tan oscuros.

Continué inmóvil mientras se bajaba. Pasaron más paradas, otras personas subieron y continuaron y muy lejos de mí en todo el trayecto. ¿Dos horas, tres? Más colores se mezclaron y fluyeron en el interior del autobús en tanto miraba al frente. Diferentes vidas mezcladas, almas distintas hablaban y reían, lloraban y se enojaban, como siempre.

Dejé de estar dentro. El viento lo sentí en mis alas, extendidas pero no en alerta, quería el peso extra de cargar con ellas a donde me llevase el impulso.

Autos me atravesaron y me volteé. La avenida atestada de coches no me notaba, tampoco se interrumpían sus vidas cotidianas por una guerra hace una semana con seres imposibles para sus pequeñas mentes. Ninguno tenía idea.

Los ángeles extasiados estaban en todas partes ahora que habíamos ganado, disfrutando una felicidad muy extraña por haber acabado con las criaturas del infierno. Cada ciudad que pisaba tenía seres alados buscando demonios que ahuyentar, los descubría cada ciertos días en mi camino sin rumbo e ignoraba esas presencias. Yo no quería saber que estaban orgullosos de mi decisión, que se alegraban de la sangre que seguía manchando ese campo de guerra. Había visitado todos los días aquel lugar yermo y nauseabundo. La acertada tormenta se había llevado todo menos el rastro de sangre negra. Era una gran sombra en la tierra seca y su cuerpo... Había dejado de existir al cabo de unos minutos en un estallido de lazos oscuros que se enredaron entre sí, su esencia, girando sobre la sangre. Perdió velocidad y la luz de tantas alas angelicales alrededor evaporó en segundos su última sombra.

Eso había sido todo.

Manuela me arrastró muy lejos del campo de batalla al transportarme no sé cuánto tiempo después. Mis ojos continuaban clavados en el frente, abiertos sin pestañear, no respiraba. Las columnas de la ciudad angelical las noté alrededor luego de que Manuela se colocara en mi campo de visión y pusiera las manos en mis hombros.

-Majo. Se acabó. Ganamos.

-¿Qué?

-Los demonios huyeron, las bestias que quedaron fueron aniquiladas. Lo hiciste. La mataste.

Mis alas se habían ido sin que lo notara. La sonrisa de Manuela no era algo que pudiera tolerar, no sus brillantes ojos tan orgullosos de que al parecer mi infracción a las reglas por mi aventura con Calle no hubiera sido nada importante al final de cuentas.

Me volví hacia el trono de aspecto burlón más allá en la sala. Un trono, en el cielo. ¿Por qué? ¿Qué propósito cumplía a nuestras obligaciones? Me miré las manos. Pálidas y frías. Las encontré pesadas y sangrientas, me temblaron. La había matado.

ᴘʀᴏʜɪʙɪᴅᴏ ᴛᴏᴄᴀʀᴛᴇ [ᴄᴀᴄʜᴇ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora