Todos somos esclavos de alguien, aunque ese alguien seamos nosotros mismos, pero incluso esa esclavitud, es hasta un día.
Nunca vieron llegar el día en donde le dijeran "no" a un día de trabajo en la planta, pero tampoco vieron venir una rebelión, o las muertes que habían visto en la batalla de aquel día. Aún de luto, y rebeldes, ningún adulto fue a la planta ese día, el día después de la batalla. Ni el siguiente, ni el siguiente. Esperando nerviosos, sin saber qué clase de consecuencias traería su acción y ya no importandoles mucho, porque a muy pocos de ellos, aún le quedaba algo por perder. Tantos huérfanos que buscaban una nueva familia, y tantos padres que habían perdido a sus hijos, sintiendo que daba igual si vivían hasta mañana, o la muerte venía por ellos esa misma tarde.
Winter despertó ese día, aun débil por su luto, se levantó ansiado terminar con lo que había iniciado. Dejándose cegar por la venganza, pensando esta vez más tranquilamente cómo lo haría; tal vez en busca de una estrategia que pudiese dar marcha ella sola, se vistió y salió sin dar explicaciones, y sin preocuparse por no ser vista.
Su madre se dio cuenta cuando salió, ella sabía que Winter aún no estaba en condiciones de salir, estaba muy débil, había comido demasiado poco esos últimos días, en realidad, a penas había comido uno de esos días, y le preocupaba que se desmayara, o cometiera alguna locura, porque incluso mental y emocionalmente, estaba muy débil.
—¡Winter! ¡¿A dónde vas, por Dios?! — gritó su madre, corriendo detrás de ella, intentando alcanzarla, para evitar que su hija se hiciera daño. Pero Winter ya iba muy lejos, con su bolso al hombro, que sabrá Dios qué llevaba allí.
Caminó sola, pensando en mil y unas situaciones en las que podría ser atrapada y cómo escapar. Ya conocía bastante bien la fortaleza, había ido varias veces, y su libreta, la que su difunta amiga le había obsequiado, estaba a mitad de información que ella había recolectado, y aunque la llenase esa misma mañana, iba a rebuscar hasta el último cajón de los secretos de esos malditos militares que habían causado ya tanto daño.
Cuando llegó a la entrada de la ciudad, ya no quedaba mancha de la guerra, y no pudo evitar sentirse afligida, y que su corazón se encogiera, por pensar en todo lo que había dejado en esas tierras.
Continuó su camino, luchando por evitar detenerse allí, solo quería caminar y llegar a su destino. Caminó hasta el bosque, hasta que vió la fortaleza. Como siempre, la ventana estaba abierta, ella se cubrió el rostro antes de salir a la luz, y se escabulló por la ventana, evitando ser vista por alguien o por las cámaras. El lugar no era muy grande, pero tenía varias salas. Tal parecía ser una fortaleza importante, y con una misión muy específica, pues ya desde varias visitas atrás, sospechaba que el único motivo de su existencia, era el control de los esclavos.
Parecía que no había nadie, sin embargo lo había, podía escuchar el eco de decenas de voces en una habitación hasta el fondo. Absteniéndose de asomarse a escuchar lo que decían, se adentró en una oficia con la puerta entreabierta.
«Que estúpidos son los militares» pensó para sí misma, por lo increíblemente fácil que se le hacía escabullirse. Una vez adentro, cerró la puerta con seguridad, no sin antes asegurarse de que la ventana estuviese fácil de abrir, en caso de que la atraparan, y tuviese que escapar.
En la oficina había un viejo escritorio de hierro, plateado y oxidado que rechinaba. Había un desorden de papeles sobre él y unos lápices tirados en el suelo. En la habitación hacía un increíble frío, lo que ella no entendió, pues el verano ya había llegado. Pero restándole importancia, buscó entre los papeles sobre el escritorio, algo que le sirviera de ayuda, pero no había nada que le sirviera de algo. Entonces vió una gaveta en el escritorio, cerrada con llave.
«Si está bajo llave, debe tener algo importante» pensó, y se concentró en buscar la llave, pues estaba convencida de que algo de allí le serviría para después.
—Si yo escondiera secretos, ¿dónde los guardaría? — dijo en un susurro, esperando la respuesta de su subconsciente —. En una gaveta — contestó sintiéndose tonta —. Pero, si la cerrara con llave, ¿donde la guardaría? —Winter pensó intensamente, pero la respuesta le pareció absurda —. Debajo la cama —pero era evidente que allí no había una cama —¿Entre mis zapatos? — pero tampoco habían zapatos.
Winter intentaba pensar como un Protegido, pero nunca había tenido más de un par de zapatos, mucho menos una Oficina. No sabía las decenas de lugares que podría tener para esconder una llave. Incluso pensó que tal vez el dueño de la oficina pudo habersela llevado con él, pero bien sabía ella, que no era tan listo como para hacer eso.
—¿Qué harías tú, Amber? —preguntó mirando al techo, intentando dirigirse al cielo. Intentó pensar como Amber, ella trabajaba bien bajo presión, y sabía tomar la decisión correcta, aunque nadie más lo entendiera.
Respiró pronto y cerró los ojos, intentando concentrarse en Amber, cubrió sus párpados con su mano y alzó la otra, sacando el dedo índice y empezó a dar vueltas una y otra vez, hasta que se detuvo. Quitó su mano, y abrió sus ojos, viendo su dedo apuntando hacia una esquina en blanco de la Oficina. Allí no había nada, siquiera un mueble, estaba totalmente vacío.
—No sabes lo que haces, Amber — reprochó, pero una punzada en el pecho la convenció de acercarse al lugar que había señalado, sorprendiendose al ver un trozo de madera mal puesto.
Con temor, pero esperanzada, se inclinó al objeto y lo levantó para darse cuenta de que efectivamente, ahí estaba la llave.
—Siempre sabes lo que haces, Amber —sonrió con tristeza, admitiendo que aúnque ella ya no esté, seguía teniendo razón. —, gracias a Dios, este tipo no es muy listo.
Y con la llave en mano, se acercó a la gaveta del escritorio, introdujo la llave en la cerradura, y esta cedió. Aún asombrada por cómo había resultado su truco, abrió el cajón, encontrándose con decenas de carpetas amarillentas, con un olor extraño. Las sacó del cajón y las observó. Petrificada por lo que había encontrado, guardó algunos de ellos en su bolsa para leerlos más tarde, no le importaba que ellos se dieran cuenta de que algo faltaba. Y con la intención de que ellos supieran que habian sido violados, dejó todo tal y como estaba, con la llave en la cerradura y los expedientes sobre el escritorio. Quería que él supiera que era un idiota, y que ella lo sabía.
Salió por la puerta en la que había entrado, pero la cerró detrás de ella con seguridad, para burlarse del militar. Esperaba que la reunión siguiera en pie, porque quería escuchar lo que ahí decían, y para su suerte, así era.
Se acercó con cuidado de no hacer ruido, y se asomó a la puerta; no lograba escuchar con claridad, pero si lo suficiente. Aunque no entendía nada de lo que decían, había llegado tarde a la conversación, y el tema estaba bastante desarrollado. Sin embargo, una frase llamó por completo su atención, dejándola pálida y sin aliento.
Winter se recostó de la puerta sujetando su cabello con ansiedad. No podía creer lo que había escuchado, pero sabía que los militares nunca bromeaban.
Salió corriendo como alma que lleva el diablo, asustada. Por lo que había escuchado, no sabía si tenía tiempo de llegar a su pueblo, pero aún así, lo intentaría.
Debía hacerlo.
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𝐖𝐢𝐧𝐭𝐞𝐫 & 𝐖𝐢𝐧𝐭𝐞𝐫: 𝙻𝚊 𝙲𝚒𝚞𝚍𝚊𝚍 𝙷𝚞é𝚛𝚏𝚊𝚗𝚊
Teen FictionEn una ciudad huérfana, habita un alma poderosa y fuerte, en un cuerpo pequeño. Una niña que luchará por la libertad de su pueblo, y las generaciones venideras, oponiéndose a la esclavitud y a una vida sin derechos. Mientras en alguna parte del mun...