Pasa una nube, y otra y otra, una tan blanca y esponjosa como la otra. Miro por la ventanilla entrecerrada, en lo que mi amiga Ámbar termina de alistarse y sube al auto. No vamos tarde, pero estoy desesperada, sin embargo debo morder mi lengua para evitar pedirle al chófer que toque el claxon para apurarla. Él no puede hacerlo, de todos modos. Lo tiene prohibido. Se le paga para conducir y esperar.
Era el último día de clases, y luego iniciarían las vacaciones de verano. No quería quedarme en casa, la única persona que valía la pena allí era Ámbar, y estaba cansada de verle la cara todos los días, en los mismos lugares. Aunque era hermosa.
Ámbar apareció unos minutos después, con mi bolso, y los dejó a mi lado, cerrando la puerta y saludando.
Ámbar y yo nos conocíamos desde pequeñas, era la hija de una de las sirvientas de la casa, sin embargo, nos hicimos amigas. Es imposible que mis padres suplan todas las necesidades de una señorita que no sea su hija y dejarla vivir en su casa por nada, así que es "mi asistente", aunque ejerce poco su trabajo. En realidad, somos las mejores amigas.
Tenía un largo cabello rojizo rizado, y la cara manchada de pecas; unos intensos y grandes ojos verdes, ocasionalmente opacados por unas gafas rosadas. Era alta y esbelta, pero su rostro, causaba la mejor impresión, y seguía pareciendo una niña adorable. Era madura e inteligente, con la capacidad de escuchar y aconsejar; parecía mayor que yo, pero teníamos la misma edad, por eso hemos sido tan buenas amigas casi desde nacidas. Somos todo lo que tiene la otra en esa gran mansión.
Yo tenía el pelo negro largo, mi tez morena clara, ojos oscuros y una buena estatura, solo un par de centímetros más bajita que Ámbar; no usaba lentes, ni tenía perforaciones -además de las orejas-, pero tenía una fascinación por los peinados elaborados. Era ese mi atractivo en el instituto, y lo que hacía que aunque no quisieran, se fijaran en mí.
Ámbar y yo íbamos saliendo del salón de clases hasta la cafetería para almorzar, yo llevaba mis cosas en las manos, pues en la escuela no éramos "señora" y "empleada", solo un par de amigas, mientras le contaba mi sueño.
—Te juro que era idéntico a ese día, hasta que ella cambió el libreto — le decía, mirando cómo abstenía las ganas de reírse de mi expresión «cambiar el libreto» —. Y luego dijo que ella era Winter.
—¿Dijo que eras tú? — cuestionó confundida.
—¡No! Te digo que dijo que ella era Winter. Pero, yo soy Winter, estoy segura de eso — reprochaba moviendo mi cabello hacia atrás, poniendo una mueca en mis labios.
—Tal vez sea una metáfora — dijo encogiendose de hombros, restándole importancia. Pero era importante para mí, yo sabía que era real, y que ella no usaba códigos. Era tal cual lo había dicho.
Nos sentamos en la mesa de la cafetería, aún no había nadie de nuestro grupo, y Ámbar fue a comprar nuestros almuerzos, porque yo odiaba hacer esa tonta fila.
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𝐖𝐢𝐧𝐭𝐞𝐫 & 𝐖𝐢𝐧𝐭𝐞𝐫: 𝙻𝚊 𝙲𝚒𝚞𝚍𝚊𝚍 𝙷𝚞é𝚛𝚏𝚊𝚗𝚊
Genç KurguEn una ciudad huérfana, habita un alma poderosa y fuerte, en un cuerpo pequeño. Una niña que luchará por la libertad de su pueblo, y las generaciones venideras, oponiéndose a la esclavitud y a una vida sin derechos. Mientras en alguna parte del mun...