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La pelinegra estaba perpleja. Lo que había escuchado era grave, comenzaba a entender un poco mejor las cosas. La forma misteriosa en la que Mark había aparecido en su vida, el hecho de que nunca lo escuchara hablar de tareas o de la clase, las similitudes que tenía con Zoro y que ella siempre quiso negar, la constante insistencia para pasar al siguiente nivel... Bajó hasta la sala y se sentó en el sofá, se bebió un trago ella también. Si la cosa era tan grave y Nami también estaba en peligro, tenía que terminar con el tipo tan pronto como fuera posible. Y eso iba a ser desde que los chicos se fueran. Y tampoco podía contarle nada a su amiga todavía, no hasta saber qué tan lejos Zoro había llegado y a qué se enfrentaban exactamente.

Todavía se encontraba pensando en ello cuando el dueño de sus pensamientos se sentó a su lado, con una botella de sake, y la miró, notando la preocupación en su rostro.

—Estás bien, ¿Robin?

—Zoro... —Lo miró, tratando de parecer neutral, pero él la conocía. —Sí, estoy bien, es sólo que... Mark...

—No eres feliz con él.

Ella suspiró, él había dado en el clavo. 

—No deberíamos hablar de eso. No con él aquí.

—Lo sé, soy un patán. Sigo presionándote a pesar de que te rechacé. Pero es porque de verdad quiero que seas feliz, mora. Y ese hombre, las miradas que le das... No son precisamente las más alegres. Siento si parezco muy egoísta.

—No, claro que no, Kenshin-san. Aunque no tengas sentimientos por mí, somos amigos.

No tienes idea de lo equivocada que estás, mujer... —Pensó, pero no lo dijo. —No creí que volverías a llamarme así nunca —le dio una sonrisa ladina, y Robin sintió que se derretía.

—No sabía si te agradaría. Pero ahora que hemos hablado un par de veces, creo que ya estoy viendo una minúscula parte del Zoro de siempre. Sólo había que escarbar un poco. Además, tú me llamaste mora primero, ¿no?

—Sí, insististe tanto en hablar conmigo que la costumbre me ganó. Ya ni siquiera recuerdo cuando comencé a llamarte así, sólo sé que lo escuché de Nami alguna vez y yo también lo hice. Por cierto, ¿de dónde sacaron esos apodos horribles? ¿No se les ocurrió algo mejor?

Ella rió por lo bajo.

—Fue una vez que discutimos, poco después de conocernos. Ya no recuerdo por qué fue, pero sé que era una tontería, estábamos muy enojadas y recordé que días anteriores me había dicho que odiaba las calabazas. Cuando ya no encontré cómo insultarla, le dije "¡Eres una calabacita enana!" y a ella le molestó. Duró un minuto completo para idear con qué contestarme, no recordaba que le hubiese contado de algún alimento que no me gustara, así que me gritó "¡Y tú una mora podrida!", porque me había intoxicado con unas moras la semana anterior.

Zoro estalló en carcajadas.

— No me jodas, ¿estás hablando en serio? Digo, Kenshin-san al menos tiene sentido, yo siempre entrené para ser espadachín y me regalaban una espada de juguete cada año. Pero eso es tonto.

—Tenía 13 y Nami 11, y no queríamos decir malas palabras porque si no Bellemere-san nos regañaría. Y Bellemere-san realmente me daba miedo.

—En eso tienes razón. Cuando perdí mis sandalias en el río, preferí correr descalzo hasta la casa en el pavimento caliente, bajo el sol de las 12, antes que ir a contarle que necesitaba unas nuevas y que me diera un puñetazo.

—El camino del guerrero, según tú —dijo ella, entre carcajadas también.

—Sí, y lo peor es que cuando llegó a casa tras de mí me hizo un chichón de todos modos. Se dio cuenta porque las vio flotando y fue por ellas.

Ruleta RusaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora