XI

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—Smoker-san... Él no lo logró. Tuvo un accidente.

— ¿Cómo dices?

— ¡Lo que oíste! Está internado en un hospital. Ese maldito de Spandam se enteró de todo.

—No puede ser... ¿Y qué se supone que haremos ahora?

—Huir. Incluyéndome. Tengo una camioneta ahí afuera, lista para salir. Tengo una casa en las afueras de Dressrosa, podemos ir ahí mientras tanto, pero tenemos que hacer hasta lo imposible para que no se den cuenta. Según los médicos, Smoker-san se despertará pronto, por suerte sus heridas no son graves. Tenemos que aguantar hasta que despierte, no conozco a sus contactos.

— ¿Y cuánto es "pronto"? —volvió a preguntar el espadachín, algo exasperado.

—Al menos una semana.

—Maldición.

—Escúchame —le dijo ella, poniendo una mano en su hombro. Robin se quedó mirando el intercambio con las cejas en alto, y el rubio rió para sí mismo—. No dejaré que nada les pase a tus hermanas. Smoker-san me dijo qué hacer si algo le pasaba. Y yo confío en él. Confía en mí.

—No es como si tuviera otra opción —dijo él, poniéndose se pie y pasando una mano por su cabeza. Notó algo por la ventana y sacó su arma, Tashigi hizo lo mismo. —Todos, al cuarto de pánico, ahora.

Un hombre alto, con gafas negras y un peinado raro tumbó la puerta, y Tashigi y Zoro apuntaron sus armas.

—Alto ahí, escoria —dijo ella, y él no le hizo caso, sino que se dirigió a Zoro.

—Metiste las narices donde no debías, mocoso. Ahora el jefe te quiere muerto.

Rápidamente, lanzó un disparo que Zoro esquivó, y Tashigi le disparó a él, sin éxito. El tipo era increíblemente rápido. Sin embargo, el cuerpo del espadachín aún recordaba su entrenamiento, por lo que no fue difícil para él desarmarlo.

—Tashigi, revisa el perímetro. Yo me encargo de él... Tú eres Galdino, ¿no?

—Sabes mucho. Demasiado, diría yo.

—Ustedes ni siquiera saben lo que sé. Ni siquiera saben quiénes son sus verdaderos enemigos —dijo, mientras peleaban cuerpo a cuerpo, Zoro subiendo las escaleras, y Galdino detrás de él.

El espadachín tenía que ser honesto, aunque recordara su entrenamiento en artes marciales, el hombre era fuerte, y le estaba complicando la cosa. Sin darse cuenta, entre esquives de puñetazos y patadas, habían llegado al segundo piso, habiéndose asestado pocos golpes el uno al otro. El peliverde aprovechó el área y dio una voltereta en su cama, hasta llegar a la pared trasera, y sacó a Wado Ichimonji, una de sus espadas, y comenzó a atacar al hombre, que esquivaba sin problemas. Sin embargo, el espadachín no tenía aquel apodo por nada. Había estudiado Kendo, Kobudō y Esgrima, siempre le habían gustado las artes japonesas por su familia biológica, y se les daban bastante bien. Tomó dos más, con tres sería suficiente, y luego de una serie de elaborados movimientos que Galdino bloqueó como pudo con un bastón del clóset, logró cortar un poco su rostro, y le dio una patada en el estómago que lo hizo toser.

—Eres bueno, maldito. Pero no creas que con tus trucos me ganarás. De trucos de circo, yo ya sé bastante.

—No por nada eres de la élite del capitán, ¿verdad?

— ¿La élite? Esos idiotas de Lucci y su grupo creen que somos tontos. Sé que ellos también están detrás de nosotros, y tú tuviste la mala suerte de quedar atrapado en el fuego cruzado.

—Eso sólo sucederá si me atrapan o me matan. Y hoy no sucederá ninguna de las dos.

Luego de decir aquello, lanzó dos estocadas más que sirvieron para distraer al matón, y finalmente logró darle un golpe en la nuca con la parte sin filo de la espada, dejándolo noqueado. Respiró, volvió a golpearlo con la parte trasera de la pistola, quería asegurarse. Tomó las tres espadas y buscó un cinturón que le permitía engancharlas, y escuchó otro vehículo estacionarse, gruñó exasperado.

Ruleta RusaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora