22. Cuando me encontrás en el centro

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 Ramiro hablaba sin parar mientras movía el puntero del ratón en la pantalla para ordenar los videos

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Ramiro hablaba sin parar mientras movía el puntero del ratón en la pantalla para ordenar los videos. Debían hacer un trabajo para la clase de Lengua analizando escenas de películas, series o animaciones y hablar sobre la ambientación, los colores, las luces y lo que querían transmitir con el lenguaje no hablado. Habían decidido las escenas, solo faltaba hacer la edición para exponer su trabajo.

Darío apenas escuchó lo que decía su amigo mientras escuchaba con la expresión confundida el audio que le había mandado Alexis. Se quedó con el teléfono en la oreja unos segundos más hasta que volvió a reproducirlo. Algo en su tono de voz no le gustó en absoluto, por lo que comenzó a preocuparse pensando mil cosas y la mayoría no eran buenas.

—Bó, ¿estás bien? —Ramiro posó una mano en su hombro, masajeándoselo para llamarle la atención y sacarlo de su ensimismamiento. Su amigo era así, necesitaba estar en contacto con la gente, hablar en voz alta y estar siempre que se le necesitaba.

—Sí-sí. —Darío se guardó el celular y comenzó a recoger sus cosas—. Me tengo que ir, mi madre necesita que vaya —se excusó.

Sus compañeros se quejaron, pero él dijo que terminaría su parte y se la mandaría a Ramiro por mail, así podían presentarlo el martes sin demoras. No les faltaba mucho ya que venían con ello desde temprano en la mañana, así que cuando terminó de guardar sus cuadernos se despidió y salió al exterior. Su amigo lo siguió para abrirle el portón, volviendo a preguntarle si estaba seguro de que estaba todo bien y que le escribiera cualquier cosa que necesitara. Su amigo era así, necesitaba estar en contacto con la gente, hablar en voz alta y estar siempre que se le necesitaba.

Darío agradeció en un gesto mudo y se fue. Alexis le había escrito que iba a dar unas vueltas al centro mientras esperaba que terminara, así que se dirigió con apuro hasta la peatonal Sarandí. Como era domingo, la mayoría de los comercios estaban cerrados, pero mucha gente había aprovechado el día cálido para pasear con amigos o en familia.

Lo vio en la distancia, con la expresión alicaída mientras miraba la vidriera de una tienda de música. Darío frunció el ceño mientras se acercaba, con su cabeza a mil teorizando qué le había pasado. Llegó hasta él y Alexis se giró apenas suavizando las facciones al reconocerlo, parado con las manos en los bolsillos del jeans y los hombros caídos. Se quedaron frente a frente con incomodidad por no saber cómo saludarse. Las personas pasaban por ellos ignorándolos, pero Darío sintió un miedo que hasta el momento desconocía: el terror a que los demás supieran lo que existía entre ambos.

Alexis esbozó una sonrisa triste. Lo abrazó envolviéndolo fugaz con los brazos, frotándole la espalda pretendiendo que era un saludo casual y se separó aún con aquella mueca melancólica.

—¿Qué pasó? —preguntó Darío preocupado, aferrando los dedos a las asas de la mochila que llevaba a cuestas con algunos cuadernos y alguna que otro bolígrafo.

De música y númerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora