9. Cuando te pasás a mi cama

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Dormir le costó horrores

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Dormir le costó horrores. Además del dolor en los músculos que tenía por el estado gripal, se le sumaba la dificultad para respirar por la nariz tapada y el dolor de garganta. Todo eso sin contar los sobresaltos que tenía por los sueños sinsentido que su cabeza creaba cuando cerraba los ojos. En uno de ellos estaban tratando de usar esos malditos condones que seguían a los pies de la cama.

Dio un brinco en la oscuridad cuando sintió la presencia de alguien trepándose en su cama.

—Soy yo, mijo —dijo la voz de Alexis sonando demasiado cerca, acompañando el calor de su cuerpo que se metía bajo las sábanas.

Darío volvió a dar un respingo, retrocediendo en la cama hasta dar con la pared y quedar pegado a ella, tratando de huir de la cercanía de su primo.

—¿Qué... hacés acá...? —soltó cuando su cabeza embotonada por los nervios pudo razonar.

—Se me pinchó el colchón y me estoy congelando hasta el alma en el piso. 

Con total tranquilidad, Alexis se acomodó y echó la cabeza sobre la almohada. Darío no se movió un ápice. El frío de la pared se colaba a través de su pijama, pero no le importó. Tener a Alexis acostado en su cama era más que suficiente para mantenerse alejado congelándose la espalda.

—Podés poner una manta y dormir sobre ella, eh —dijo entonces, tratando de no sonar tan ansioso como lo estaba.

La penumbra le permitió vislumbrar el rostro de Alexis, que se contraía en una expresión de molestia.

—Y me quedo sin nada con qué taparme. No, mijo. Tu cama es de plaza y media, hay lugar de sobra.

Darío tomó aire y se dejó deslizar, apoyando la cabeza en el otro extremo de la almohada, mirándolo ceñudo.

—Te podés contagiar —trató de advertirle.

—Me voy a enfermar si sigo en el piso, man, dejate de joder. Además, llenaste el cuarto con tus virus apestosos. Me voy a enfermar de una forma o de otra.

El silencio pesó unos segundos. La tensión se hizo palpable porque Darío no podía relajar el cuerpo y su primo lo observaba mientras aguantaba la risa.

—No te voy a hacer nada, mijo —largó Alexis, tratando de sonar molesto, pero la sonrisa evidenciaba lo que iba a decir a continuación—: Nada que no quieras al menos.

Darío se ahogó en su propia saliva, sintiendo que el corazón disparaba ante aquellas palabras que había dicho a modo de broma. En el fondo, muy en el fondo, quería que fuera cierto, y seguramente si se lo proponía, sus labios traicioneros aceptarían cualquier proposición indecorosa.

—No jodas con esas cosas —respondió al cabo de unos segundos en un tono sombrío.

Alexis se irguió apoyándose sobre el codo y el cabello le cayó suelto sobre los hombros. Las sombras le marcaban la expresión fruncida de sus cejas y los labios apretados.

—¿Sos gay posta? —preguntó entonces con lentitud.

Darío sintió el golpe de la pregunta. Se sentó en la cama, recostando la espalda sobre la pared, y soltó un profundo suspiro mientras dejaba caer la cabeza hacia atrás. Se quedó observando el techo en la oscuridad para evitar el peso de la mirada de Alexis.

No quería admitirlo porque sentía que era algo de qué avergonzarse. Había conocido a alguien que le había dejado en claro que así era y lo había marcado de por vida. También, decírselo a Alexis era como admitir los sentimientos que lo traían loco desde que él comenzara a vivir en su habitación.

Sin embargo, sus labios pensaban por sí mismos y seguían delatándolo.

—Si te digo que sí, ¿qué vas a...? —No terminó de hablar cuando Alexis chasqueó la lengua y se dejó caer boca arriba sobre la almohada.

—¿Qué te pensás que soy, Darío? No voy a hacerte nada, mijo. Si eso me molestara, ¿te haría ese tipo de jodas? No seas malo.

Los hombros se le relajaron ante aquella respuesta, acompañando el alivio que le inundaba.

—Además —añadió con una sonrisa volviendo a sus labios. Darío lo miró—, yo le doy a lo que sea, así que no puedo hablar.

Mudo ante aquella respuesta, se volvió a acomodar a su lado, con el corazón golpeteándole a mil en los oídos. Alexis seguía boca arriba, con la mirada en el techo.

—¿Bisexual?

Él dio los hombros.

—Si querés etiquetarlo, supongo que sí. —Se quedó callado y Darío pensó que no iba a hablar más del asunto, pero un rato después Alexis se giró para mirarlo—. Mamá siempre lo supo, pero a papá no me animé a decirle porque no sabía como iba a tomarlo... —Soltó el aire que había retenido—. Ahora nunca lo voy a saber.

Darío hizo una nueva triste sin saber qué decirle. Nunca tenía palabras cuando se trataba de consolarlo. El silencio volvió a acompañarlos por unos minutos, cada uno sumergido en sus cavilaciones, hasta que Alexis volvió a hablar.

—¿Te gusto?

—No —replicó Darío con demasiada rapidez y sintiendo sus mejillas calientes. Por fortuna la oscuridad iba a ocultarlo, así como su expresión de profunda agonía. Sin embargo, pareció que la penumbra no fue suficiente para ocultarlo del todo, ya que Alexis rio.

—Sos sensible, mijo.

—Que sea... —Hizo una pequeñísima pausa— gay no significa que esté detrás de todo loco que se me cruce. Además, sos mi primo.

—¿Y? Te hago acuerdo que no somos primos de verdad.

Darío tomó aire. No era solo eso. Habían muchas otras cosas más. Estaba que su padre lo consideraba a realmente de la familia, que su madre lo consentía como a un hijo, que Alexis bromeaba demasiado para tomarlo en serio y que sus sentimientos eran un torbellino como para dejarse llevar por una calentura. Si confesaba que sí, que le atraía, que lo dejaba nervioso, ¿después qué? ¿Cómo se iban a mirar a la cara, a compartir el dormitorio, a hablarse con normalidad?

—Para mis padres sí lo sos—soltó molesto, tirando de las mantas y dándose la vuelta para dar por terminada la conversación.

Sintió que Alexis suspiraba y se movía inquieto hasta que sintió el calor de su espalda contra la suya y aquel contacto lo dejó insomne por lo que quedaba de la noche.

Sintió que Alexis suspiraba y se movía inquieto hasta que sintió el calor de su espalda contra la suya y aquel contacto lo dejó insomne por lo que quedaba de la noche

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