1. Cuando compartís dormitorio

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 La puerta del dormitorio se abrió y Alexis entró como una exhalación

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La puerta del dormitorio se abrió y Alexis entró como una exhalación. Dejó la mochila y la guitarra que traía a cuestas en un rincón y soltó un suspiro que pareció más un bufido desganado. Ignoró el desorden de hojas llenas de fórmulas, números y letras que había sobre el escritorio y dejó allí su teléfono. Ignoró también el hecho de que su nuevo lecho iba a ser un colchón inflable y un par de mantas, al menos por el momento, y se tiró sobre él como si ya no importara nada más en el mundo.

E ignoró a Darío, el ocupante legítimo de esa habitación.

-Eh, ¿cómo has estado?

La pregunta estaba cargada de incomodidad, formulada más por formalidad que por verdadero interés. Alexis no mostró interés por entablar una conversación y lo ignoró, tendido boca arriba con las manos en la nuca. Darío frunció el ceño, acomodándose en la cama donde estaba sentado, y dejó el libro de psicología evolutiva que estaba leyendo sobre sus muslos. Le dedicó una mirada intensa a través de los anteojos a la espera de una respuesta o algún movimiento que le indicara que su acompañante estaba consciente de que él también vivía allí y que iban a compartir esa habitación por quién sabe cuánto tiempo.

Esperaba que no fuera por mucho.

-Eh.

-Sí, che -contestó Alexis molesto, haciendo una mueca con la boca-. Te escuché.

Se irguió, sentándose frente a Darío con las manos apoyadas en las rodillas y el ceño tan fruncido como el chico frente a él. Se miraron a la cara, con esa intranquilidad que generaba estar con alguien que no conocías pero suponías que sí, como esos recuerdos de la infancia que uno olvida. Esos momentos fugaces que siempre acompañan las visitas de parientes lejanos.

-Tranquilo, eh. Solo pregunté cómo estabas -resopló Darío, apartando la vista. Alexis tenía una mirada penetrante, cargada de dolor y de enojo como un enjambre de abejas enfurecidas.

-Mirá, yo estoy acá porque no tengo donde caer muerto y no he conseguido trabajo. Además, tu padre insiste en hacerse cargo de un sobrino con el que ni siquiera comparte sangre, así que por el bien de los dos, vos te metés en tus cosas y yo en las mías, ¿entendés?

Tenía dos anillos plateados y gruesos en cada mano, piercings en las orejas, y no dudaba que podría tener algún tatuaje oculto bajo la ropa. Recogía el cabello rubio oscuro en un moño desprolijo, dejando que sus ojos azules destacaran en su rostro cubierto con una barba de pocos días. Llevaba un canguro blanco sobre una remera oscura con el diablillo de la banda Trosky Vengarán.

-Bueeeno, lo que vos digas... -le respondió Darío alzando las cejas. Empujó los lentes de pasta por el puente de la nariz, levantó el libro y se echó sobre la cama para continuar con la lectura.

Alexis bufó y también se dejó caer de espaldas sobre el colchón, que hizo ruido al frotarse contra el suelo. Entonces, el silencio se posó sobre ellos con pesadez, instalándose entre los dos como una presencia extraña y ajena. Los minutos se arrastraron, eternos, mientras los únicos sonidos eran la respiración de ambos y el sonido de las hojas del libro al pasar.

De música y númerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora