26. Cuando descubrís viejas historias

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José resultó ser un hombre bastante jovial, pero tenía una leve sordera, por lo que había que hablarle siempre en voz alta

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José resultó ser un hombre bastante jovial, pero tenía una leve sordera, por lo que había que hablarle siempre en voz alta. También le gustaba la prolijidad y que todo saliera con rapidez y eficiencia, por lo que a Alexis le costó seguir el ritmo y se frustraba con facilidad.

María Eugenia le contó que trabajaba allí también un chico llamado Jonathan que hacía el turno matutino. Alexis, un poco contrariado porque no tenía ganas de seguir las indicaciones de su ex, aprendió muy rápido la diferencia entre un café negro, un cortado, una lágrima y un capuchino, y eso que no le gustaba esa bebida tan fuerte. Prefería el chocolate caliente.

Cuando llegó el momento del descanso, Eugenia notó que no había llevado comida y lo invitó con un refuerzo de jamón, queso y huevo y un chocolate caliente.

—Cortesía de la casa —le dijo ella con un guiño mientras le dejaba sobre el mostrador.  Él se sentó en la mesa más próxima sintiéndose miserable.

—Agregalo a descontar de mi sueldo. —Alexis tomó un sorbo de la espuma tibia y se quemó los labios con la leche caliente.

—No me jodas… —le respondió María Eugenia, lavando los trastos. Solo había un cliente en la mesa más alejada, metido en su notebook.

Después de unos minutos, mientras se terminaba el refuerzo y le quedaba unos sorbos de chocolate, ella se sentó en la silla frente a él, con la expresión seria. Esbozó una mueca, como si pensara lo que iba a decir, y luego soltó un suspiro.

—Lamento mucho lo de tus padres, Le.

Él no la miró. Terminó su chocolate caliente y dejó el vaso sobre la mesa con un ruido seco.

—Tranca, mija. ¿Cómo te enteraste?

Ella dio los hombros, jugando con la servilleta sin usar que estaba frente a ella.

—El Fede. Nacho le contó y ta.

—¿Siguen juntos? Pensé que no iban a durar nada.

—No, le di un boleo en el culo cuando me metió los cuernos también.

Alexis soltó una risa seca, sin humor.

—Uy, mija —Él hizo un gesto como si le clavara un cuchillo invisible en el corazón—. Apuesto a que dolió.

Ella le pegó un manotazo suave en el hombro, chasqueando la lengua.

—Sí. Perdoname, ¿sí? Era muy pendeja.

—Lo sos.

—Callate.

—Pero si le seguís hablando, mija. Yo que tú ni le hablo más. Es más, ni debería estar hablando yo contigo.

Se levantó y juntó sus cosas para fregarlas él mismo. Ella se quedó sentada.

—Me lo tengo que fumar porque es el padre de Mile.

De música y númerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora