Prólogo

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El tren arribó a la estación de Whitney, Georgia, una tarde plomiza de noviembre. Las primeras gotas de lluvia cayeron sobre el techo de cuero negro de un carruaje que esperaba. Las ventanas del vehículo estaban cubiertas de negro. Mientras el tren rechinaba con estrépito al detenerse, una mano apartó con cautela la persiana y un solo ojo se asomó por la rendija.

-Ya llegó-susurró la voz de una mujer-. ¡Anda!

La puerta se abrió y un hombre descendió del coche. Al igual que el carruaje, iba vestido de negro: traje, zapatos y un sombrero de ala ancha puesto tan horizontal que parecía hallarse en forma paralela al suelo. No miró hacia los lados; caminó resueltamente a zancadas hasta la escalinata del tren, donde una joven apareció con un bebé en brazos.

-¡Hola, papá! -saludó indecisa, con una sonrisa titubeante.

-Trae a tu bastarda y ven conmigo –dijo y la tomó del codo con brusquedad; luego se encaminó con ella hacia el carruaje.

La puerta se abrió de par en par en el instante en que llegaron.

La joven retrocedió y apoyó al bebé en el hombro en actitud protectora. Los ojos de un suave color dorado se enfrentaron con otros, azules y fríos, enmarcados por un sombrero negro.

-Mamá, yo...

-¡Sube antes de que todos en el pueblo se enteren de nuestra vergüenza!

El hombre le dio un codazo a su hija, que tropezó al subir al coche. Apenas podía ver a través de las lágrimas. Él ascendió detrás de ella, tomó las riendas que pasaban a través de una rendija y las sacudió para que los caballos trotaran.

-Mamá, es una niña. ¿No quieres verla?

-¿Verla? -respondió la mujer que iba sentada tan rígida como un huso y con actitud sombría-. Tendré que hacerlo, ¿no es verdad?, por el resto de mi vida, mientras la gente murmura sobre la obra del demonio que has traído hasta nuestra puerta.

La joven abrazó con fuerza a su hija. La bebé gimió; luego, al retumbar un trueno, empezó a llorar a todo pulmón.

-¡Cállala! ¿Entendiste?

-Se llama Amity, mamá y...

-¡Cállala antes de que la gente en la calle la oiga!

Pero la pequeña siguió dando alaridos durante todo el camino. Lloró desde que salieron de la estación del tren, al pasar por la plaza del pueblo y la carretera principal que llevaba al extremo sur del poblado, atravesado por una hilera de casas hasta una cerca con estacas puntiagudas, donde las campanillas trepaban por la galería del frente. El carruaje dio vuelta para entrar, cruzó el gran patio delantero y se detuvo cerca de la puerta trasera. La mujer vestida de negro empujó a la madre y a su pequeña al interior y de inmediato cerró de golpe una persiana verde para tapar la ventana, seguida de otra y otra más, hasta que todas las ventanas de la casa quedaron ocultas.

Jamás se vio salir a la nueva mamá de la casa ni volvieron a levantarse las persianas. 

LA FAMILIA, LA PROPIEDAD PRIVADA Y EL AMOR -LUMITY ADAPTACIÓN-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora