Hooty P. compró los huevos a veinticuatro centavos la docena. El dinero era de la señora Blight, pero Luz poseía nueve dólares propios que había guardado de manera segura en el bolsillo de la camisa. Pensó en llevarle algo: únicamente porque la gente la llamaba loca y no era cierto, sólo porque la habían encerrado en una casa la mayor parte de su vida. Y también porque había reñido con ella antes de ir al pueblo. Pero, ¿qué podía comprarle? Amity no era del tipo de mujer que usara perfume. ¿Dulces? La comida le daba náuseas.
Por fin eligió una figurilla de un azulejo de vidrio, pintada en colores brillantes. A Amity le gustaban los pájaros y no tenía muchos adornos en casa. El azulejo le costó veintinueve centavos y gastó diez más en dos chocolates para los niños. Guardó el cambio y sintió una intenta emoción por llegar a casa.
A la salida del pueblo pasó frente a la casa rodeada por la cerca de estacas. Se detuvo a observarla, fascinada por la apariencia de abandono del lugar, la hierba que obstruía los escalones de la entrada y las campanillas que trepaban enmarañadas por el emparrado tambaleante. Unas persianas verdes, que estaban hechas jirones en la parte de abajo, cubrían las ventanas. Al verlas, Luz se estremeció.
¿La habían encerrado en ese lugar? ¿Y habían bajado todas las persianas? ¿A una mujer como Amity, que amaba las aves, el cielo y la tierra? Experimentó una nueva sacudida y se apresuró a llevar su cargamento de dos chocolates y un pájaro de vidrio, deseado poder comprarle algo más. Se trataba de un sentimiento extraño en una mujer que no estaba acostumbrada a dar regalos. Sin embargo, ahora que conocía el pasado de Amity, se sentía impulsada por una gran urgencia de compensar la falta de bondad que había sufrido cuando era niña.
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Amity se sentía muy desdichada desde que Luz salió. Ya habían transcurrido tres horas del viaje, que no debía haberle tomado más que la mitad de ese tiempo, y estaba segura de que no regresaría. Preparó la cena y se asomó a la puerta para ver si venía. No había rastros de Luz. "No va a regresar, tonta. Ya debe estar a quince kilómetros de distancia en otra dirección". Cerró los ojos y apretó los puños contra la boca. "Por favor, regresa, Luz, por favor".
A medida que Luz se acercaba a la casa por el sendero lleno de baches, sentía que el corazón le latía con violencia. Al llegar a la orilla del claro, creyó que las piernas se le doblaban. Esperándola a ella, a Luz Noceda. Llevaba puesto el vestido amarillo y el cabello recién peinado. Los niños jugueteaban a sus pies. Amity levantó una mano para saludarla.
-¿Por qué te tardaste tanto, Luz? Estaba preocupada.
No sólo estaba esperándola, sino que también se sentía preocupada. Una explosión de júbilo recorrió su cuerpo.
-El estudio se lleva tiempo.
-¡Luz! -Alador se acercó a ella corriendo. Chocó con las rodillas de Luz y se abrazó a ellas. Luz le revolvió el cabello.
-¡Hola, pequeño! ¿Cómo han estado las cosas por aquí?
-Mamá me obligó a dormir la siesta –se quejó el niño.
-¿La siesta, eh? -al llegar al porche levantó la mirada hacia Amy-. ¿Ella también durmió?
-No. Se dio un baño de tina.
-Alador Blight, ya cállate. ¿Me oíste? -Amity lo reprendió. Tenía las mejillas encendidas. En seguida se volvió a Luz-. ¿Cómo te fue?
-Muy bien –le extendió el dinero-. La señorita Clawthrone de la biblioteca le manda saludos. Se acuerda de usted cuando iba en el quinto grado.
-¡Quién lo hubiera imaginado! Nunca pensé que supiera mi nombre ni creí que me recordara.
-No creo que haya muchas cosas que ella ignore.
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LA FAMILIA, LA PROPIEDAD PRIVADA Y EL AMOR -LUMITY ADAPTACIÓN-
RomansaAmity Blight. En la ciudad la llamaban "la viuda loca". Pero Amity no era ajena a las burlas de sus semejantes, había sido una forastera durante toda su vida y crecido en un viejo caserón bajo la estricta guía de sus fanáticos abuelos. Ahora estaba...