Cap 7. "Sé que nunca te iras de mi lado me lo dice el corazón"

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Amity estuvo despierta en la cama toda la noche pensando en el día que acababa de pasar, en el día siguiente y en los años que vendrían. ¿Podría vivir en paz con Luz, o pelearían constantemente? Matt y ella jamás habían reñido.

En el lugar donde había crecido nunca había pleitos, aunque tampoco risas. En cambio, si existía una tensión terrible e interminable. Desde sus más tempranos recuerdos, parecía cernerse sobre ella, como un monstruo, amenazando con caerle encima y llevársela entre sus alas negras. Existía en la forma en que la abuela se comportaba, como si el Señor fuera a disgustarse si se dejaba aminarla. Estaba presente en los intentos cuidadosos de su madre de obedecer órdenes siempre, sin quejarse. Pero era mucho mayor cuando el abuelo se encontraba en casa. Entonces, las plegarias se intensificaban y empezaba la "purificación".

Amity tenía que arrodillarse en el suelo duro del vestíbulo, tal como se le ordenaba que lo hiciera, mientras el abuelo elevaba las manos e imploraba a gritos el perdón de Dios. Junto a ella, la abuela lloraba y se comportaba como un perro sufriendo un ataque, luego empezaba a decir disparates, mientras el cuerpo le temblaba. Su madre, la pecadora, se balanceaba lastimosamente sobre las rodillas, mientras movía los labios en silencio. Y ella, Amity, la hija de la vergüenza, tenía que bajar la frente hasta las manos juntas en señal de oración, preguntándose qué era lo que habían hecho ella y su madre.

Su madre era mansa como una violeta, casi nunca hablaba. Cuando Amity era una niña pequeña, la madre le platicaba en algunas ocasiones, muy quedo, en la intimidad de la recámara que compartían. Pero, con el paso del tiempo, se volvió más callada e introvertida.

Aun la escuela le parecía a Amity como el cambio de una prisión por otra. Los otros niños la trataban como si fuera una cosa extraña, un ser desmañado, silencioso y extravagante, que ignoraba los juegos más elementales y se quedaba mirando fijamente a los demás con sus grandes ojos dorados. Los niños se reían y se burlaban de ella con crueldad.

Así que empezó a escaparse; se pasaba los días en el bosque y en los campos, descubriendo la maravilla de la verdadera libertad. Sabía cómo sentarse y quedarse inmóvil y silenciosa: en la casa de las persianas verdes tenía que hacerlo muy a menudo, y por primera vez cosechó la recompensa. Las criaturas del bosque parecían confiar en ella, seguían con su rutina diaria, como si se tratara de una de ellas: serpientes, arañas, ardillas y pájaros. Pero, sobre todo, los pájaros. Para Amity, esos maravillosos seres, los únicos que no estaban restringidos a la tierra, tenían mayor libertad que los demás.

Fue durante una de sus escapadas de la escuela cuando habló por primera vez con Mattholomule. Ella tenía trece años y andaba al acecho de unas perdices. Estaba llamándolas con un silbido claro y fuerte, cuando se topó no con una codorniz entre los arbustos de zumaque, sino con Mattholomule, que andaba cazando venados.

Se reconocieron por los días en que él y su padre solían entregar hielo en su casa.

-Hey, Amy Blight –le gritó.

-Hey, Mattholomule -respondió ella-. ¿Cómo te va?

-Me parece que bien, aunque ya no te veo.

-Sí, lo sé. El abuelo compró un refrigerador eléctrico para que ya no tuviéramos que mandar pedir hielo. No le gusta que la gente se acerque.

-¡Oh! Me lo imagino. ¿Qué haces?

-Trato de llamar a las codornices que andan por ahí escondiéndose.

-¿Pues llamarlas? ¡Cielos! -sonó impresionado.

-Algunas veces. ¿Qué estás haciendo aquí con un rifle?

-Cazando venados.

-Bueno, espero que no encuentres ninguno.

Él retrocedió y se rió.

LA FAMILIA, LA PROPIEDAD PRIVADA Y EL AMOR -LUMITY ADAPTACIÓN-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora