Siempre soñé con escribir un manual o algo de beneficio público, y aquí estoy, escribiendo una guía para viajeros del tiempo, a qué suena genial.
Y comenzaré esta guía dándoles mi primer consejo:
NO lo hagan. No viajen en el tiempo. No sean imbéciles. Les aseguro que su tiempo seguramente no es tan malo. Sí, quizás están unos cuantos años separados de la edad ideal para estar con la persona que les gusta, pero NO viajen en el tiempo, y miren, que yo, Pansy Parkinson, orgullosa serpiente y amante de romper las reglas y de hacer cualquier cosa prohibida esté diciendo esto, es porque es serio.
El tiempo no es un juguete con el cual jugar— Sí, lo sé, es decepcionante, yo misma estuve decepcionada cuando llegué a esa conclusión —, y definitivamente no hay que alterarlo, ni cambiar su curso, ni nada, solo hay que dejarlo estar.
Pero claro, antes de llegar a esta conclusión, viajé en el tiempo, es decir, ¿quién podría resistir la tentación de no tomar un giratiempo e irse al diablo? A mí yo de hace unos meses— o un año, la verdad no tengo ni idea de si el tiempo que estuve en el pasado cuenta — lo hizo, viajó en el tiempo, y sí, estoy hablando de mí misma en tercera persona.
Mi primer viaje en el tiempo— y desafortunadamente no el último — ocurrió en una tarde de verano, estaba en la Mansión Parkinson, pasando el tiempo.
Caminaba por los largos, infinitos y sombríos pasillos de la mansión, esperando encontrar algo con que entretenerme, o quizás algún artilugio de magia oscuro con el cual jugar— o vender a buen precio en el Callejón Knockturn —, cuando mi curiosidad llegó al tope. Mi padre siempre me había prohibido entrar a su despacho y, seamos sinceros, ¿a quién demonios no le atrae lo prohibido? Así que lo hice, entré a su despacho después de lanzarle una buena tanda de hechizos a la puerta hasta que se abrió.
El olor a humedad y perfume caro me dió la bienvenida, además de la vista de las desteñidas paredes de color gris, que antes había sido negro. A veces me preguntaba— y aún lo hago —por qué mi padre nunca volvió a pintar las paredes si casi nos ahogábamos en dinero. El escritorio de madera caoba oscura estaba en medio del despacho, luciendo imponente con la silla acolchada de color verde tras él, y con un montón de papeles pulcramente ordenados sobre él.
Estaba confiada cuando entré y cerré la puerta tras mí. Mis padres habían salido a hacer un asunto en el Ministerio, estaba segura de qué nunca descubrirían mi pequeña aventura en su despacho y, si lo hacían, ¿qué era lo peor que podían hacerme? ¿Unas cuantas maldiciones Cruciatus? Ya estaba acostumbrada ¿Mandarme a algún sitio de rehabilitación para brujas? Podría con ello, aunque claro, eso no hacía que quisiera que me atraparan allí. Caminé despreocupada hasta el escritorio, y luego hasta tras él, entonces me senté en la silla acolchada, sorprendiéndome al encontrarla incómoda. ¿Por qué diablos tiene una silla acolchada si se siente como si estuviera sentada sobre clavos? Aunque claro, eso no se lo podía preguntar a nadie. Nadie podía saber que había entrado al despacho, eso estaba claro.
Miré los papeles durante unos minutos, hasta que me aburrí, eran solo documentos aburridos, quizás si hubieran sido las escrituras de la mansión me hubiera interesado, pero la mayoría eran cuentas y... ¡Sorpresa! Mi certificado de adopción... ¡Ja! No sean crédulos, soy una Parkinson de sangre... creo.
Mi curiosidad casi había sido asesinada cruelmente por aquellos documentos, hasta que mi mirada se posó en los cajones del escritorio, entonces comencé a abrirlos uno por uno, dejando para último dos que estaban cerrados. Los cajones sin protección eran aburridos, tenía una especie de grapadora en una, en otra una caja llena de tinteros de todos los colores— no mentiré, me llevé al bolsillo el tintero de color verde —, y habían algunas calcomanías de criaturas mágicas, casi me reí con eso último, ¿quién podría imaginar que, el señor Parkinson, siendo tan estirado como era, tenía una linda calcomanía de un Colacuerno?
Cerré todos los cajones que había abierto, posando mi completa atención en los que habían permanecido cerrados aunque había intentado abrirlos con todas mis fuerzas, así que saqué mi varita y comencé con una buena tanda de hechizos en cada una— ya les digo que para mí es como la vieja confiable —.
El primer cajón cerrado tenía las escrituras de la mansión, admito que estuve tentada a llevármelas, y admitámoslo ¿Quién no lo haría? Pero prontamente el segundo cajón llamó mi atención, tenía lo que solo había visto en imágenes de libros, un giratiempo, era dorado, con detalles en plateado, pero era diferente a cualquier giratiempo que hubiera visto antes.
Éste no tenía el habitual reloj de arena al cual se le daba vuelta para viajar, si no que tenía un reloj digital— y admito que no sabía esa definición hasta que un tiempo después fui al mundo muggle —, al cual se había que colocar la fecha en la cual viajar.
Admito también que dudé en usarlo, pensé en simplemente dejarlo ahí y fingir que nunca había entrado al despacho de mi padre, pero una copia de El Profeta sobre el escritorio llamó mi atención.
LA MINISTRA DE MAGIA, HERMIONE GRANGER, HA APROBADO LA LEY QUE RESPALDA LOS DERECHOS DE LOS ELFOS DOMÉSTICOS.
Ni siquiera me interesaba el titular o los derechos de los elfos domésticos— aunque eso le supusiera problemas a mi familia por su terrible trato a Bertly, nuestra elfa doméstica —, me interesaba Hermione Granger. Ella estaba en una foto que abarcaba casi toda la página del titular, sonriendo animadamente mientras saludaba. Aunque odiara admitirlo, Hermione Granger había sido mi crush desde que había cumplido once, pero seamos sinceros, ella tenía más que el doble de mi edad, y nunca se hubiera fijado en mí— además de que estaba, presuntamente, felizmente casada con un tal Ramon Weasel —. Hermione era hermosa, si me preguntaban, diría que era imposible que fuera bruja, muggle o siquiera real, nadie se ve tan bien después de miles de horas de trabajo tedioso.
Mi mente comenzó a imaginar y calcular miles de escenarios, en los cuales solo una cosa sucedía en todos: usaba el giratiempo y viajaba al pasado, específicamente a los años en los que Granger había estado en Hogwarts. Admito que mi idea era pobre y que tenía más fallas y grietas que algunas paredes del castillo de Hogwarts. Pero, cuando unos pasos pesados se escucharon en el pasillo de afuera, mi decisión se hizo simple. Nadie podía encontrarme ahí o estaría en serios problemas, así que me pasé la cadena del giratiempo en el cuello, y comencé a poner como podía una fecha en el reloj digital del giratiempo, y con las manos temblorosas y yo estando nerviosa, era obvio que el resultado no sería bueno.
La perilla de la puerta giró, y fue lo último que vi antes de que todo se volviera borroso.
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La guía del viajero en el tiempo, por Pansy Parkinson
Fanfiction¿Eres un viajero del tiempo o estás a punto de convertirte en uno? Bienvenido a mi guía para evitar (u ocasionar más rápido) el desastre. Pansmione (Pansy Parkinson x Hermione Granger). Universo y personajes de J.K. Rowling, a excepción de cualquier...