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-Mia, mi amor, ya llegamos-escuche a lo lejos -Mía, hija
-¿Papá?- conteste casi en un susurro, pues me acaba de despertar
-Ya llegamos hija- volvió a repetir
-Si, ahorita me bajo-conteste
El solo asintió, dejó la puerta del carro medio abierta y pude distinguir el delicioso olor a bosque.
Hacia ya tres años que no veníamos a esta casa, puesto a que en las anteriores vacaciones fuimos a Disneyland y a Madrid.
Yo amaba este lugar, es una cabaña con cinco cuartos con baño cada uno, una cocina con barra para desayunar, un comedor, una sala de juegos que contiene un enorme proyector con sofás a nivel del suelo ( muy cómodos por cierto), una sala de estar, una piscina climatizada y unas reposaderas al lado de esta. Bastante bonita la casa por cierto. Pero lo importante no era eso, si no todos los bonitos momentos que guarda esta cabaña en su interior.
Me senté en el asiento del carro y me tallé los ojos tratando de acostumbrarme a la luz. Una vez pude ver bien, me asegure de tener mi celular y bajé del auto.
En cuanto baje note dos cosas
Uno: Ya habían bajado las maletas
Dos: Me podía comer a Mateo con la mirada
¡¿Que?!
Espera ¡no!
Borren eso
Dos: La casa seguía igual que en mis recuerdos
Si bien, con Mateo nunca me he llevado bien, cuando estábamos chicos y veníamos a esta cabaña, Mateo y yo hacíamos las paces. Por la paz, claro. No por qué me cayera bien. Era más bien, para que pudiéramos disfrutar las vacaciones. Así no nos jodiamos las vacaciones el uno al otro.
Ese tratado de paz consistía en tres reglas esenciales.
1. Nada de molestar
2. Nada de pelear
Y la tercera y más importante
3. Hablarse sólo en casos de necesidad ( eso incluye charlas o juegos en familia)
Creíamos que la raíz de nuestras peleas era por que uno le hablaba al otro, luego lo molestaba y terminábamos peleando. Asi que tratábamos de mantener el menor contacto posible.
El mismo día que pusimos esas reglas para vacaciones, se quedaron para siempre, y ya no teníamos que volverlo a hablar, las reglas se implementarian siempre que tengamos que compartir las vacaciones, y los dos lo teníamos claro.
Mateo estaba sentado en la barra de la cocina viendo su teléfono mientras Juli le estaba diciendo algo a la vez que preparaba algo, seguramente para comer. Los podía ver a través de las enormes ventanas que rodeaban toda la cabaña, y que dejaba ver la casa entera