Comienzo

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                                     KAT

Era la una y cuarto de la noche, y yacía en mi cama con los auriculares clavados en mis oídos, mientras mis pensamientos vagaban por el techo.
Mi madre dormía en su habitación, cuando de repente el timbre de la puerta principal resonó a través de la casa.
Al principio, opté por ignorarlo, pero el sonido persistente me obligó a retirar los auriculares y bajar al piso inferior.

Al encender la luz, mis pies se encontraron con algo caliente y pegajoso que se deslizaba entre mis calcetines. Con un escalofrío recorriendo mi espalda, bajé la mirada para encontrarme con una enorme mancha carmesí que se extendía por el suelo de la cocina, guiando un sendero hasta la sala de estar.
Un grito se ahogó en mi garganta mientras retrocedía de un salto, chocando contra la barandilla de las escaleras en un intento frenético por alejarme de la escalofriante escena.

—¡Mamá!—grité sin dejar de ver aquella mancha y percibir el terrible hedor que esta misma desprendía.

—¡¡Mamá!!—volví a gritar, esta vez más alto, tensa.
Mi respiración empezó a acelerarse, mi cuerpo temblaba de esquina a esquina y aquel olor que emanaba en el lugar, provocaba que mi estómago se retorciera del asco.
Me levanté, temblorosa y seguí aquel camino de sangre que daba a la sala.
Cuando llegué, una terrible escena hizo que mi cuerpo se congelara, las lágrimas empezaron a salir sin que pudiera controlarlo.

—¿Papá?—dije con voz ahogada.

Mi padre estaba en la sala, tirado en el suelo, tenía una gran herida en la parte superior de su pecho, la sangre salía de él sin control.

Él estaba muerto, pude ver a través de aquella herida, pude verlo todo.

Sentí cómo el aire escapaba de mis pulmones al instante, mientras cada fibra de mi ser parecía desvanecerse. Un dolor punzante atravesaba mi pecho, mis extremidades perdían fuerza y estaba segura de que en cualquier instante caería de rodillas al suelo, vencida por la intensidad del momento.
Las lágrimas corrieron, deslizándose por mis mejillas.

Un grito ahogado fue lo único que pude articular.

No podía quedarme ahí, a como pude, instintivamente, corrí hacia la cocina donde estaba el teléfono de casa y marqué al 911.

El teléfono no sonaba.

Las manos me temblaban y estaba sudando frío.
Volteé a ver hacía el cable del teléfono.

Estaba cortado.

Tragué con dificultad y en ese momento supe que tenía todo perdido.

—Kat, estoy aquí—me interrumpió una voz áspera, fría, que provenía detrás de mí.

Con el cuerpo tenso, me volteé, las lágrimas nublaban mis ojos, sentía pequeños punzones en mi pecho, uno sobre el otro.

Entonces lo vi, era un hombre alto, vestía con una toga color verde que cubría todo su cuerpo y rostro, que solo dejaba ver sus ojos, sostenía un cuchillo en su mano, empapado de sangre que goteaba al suelo, y en la otra, el cable del teléfono que había cortado.

Poco a poco se acercaba a mí.

Gotas de sudor se deslizaban por mi rostro.
Quise mover mi boca y decir «Aléjate de mí»
O gritar, pero esta no emitía ningún mínimo sonido.

A Través Del Espejo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora