Nicky D'Angelo
—Hola, Nick. ¿Qué coño te pasa, tío?
Miré a Tony y me arrepentí inmediatamente de haberlo hecho. Estaba inclinado hacia atrás, con los brazos abiertos en la parte de atrás de la cabina y una estúpida sonrisa en su cara. Miré hacia abajo. La bailarina con el hueco entre sus dientes delanteros estaba debajo de la mesa chupando su polla. Jimmy Fist estaba sentado de lado en la cabina, su enorme silueta protegía de la vista lo que parecía una mamada bastante decente, en comparación con otras del club.
—Jesús, tío, ¿tienes que hacer eso aquí? —Hice una mueca de dolor y me di la vuelta. —Lleva esa mierda a un cuarto trasero. ¿Y si entrara tu padre?
Sonrió.
—Me daría la enhorabuena y buscaría una puta que le chupara la polla —aseveró antes de darme un puñetazo en el brazo—. He estado hablando contigo durante diez minutos y no has oído ni una palabra de lo que he dicho. ¿Qué tendrás en mente?
Señalé con un gesto a la cabeza de la chica que se movía de arriba a abajo en su miembro—. En serio, vamos a tener una conversación mientras te la chupan.
—Joder, tío, espera. —Sujetó la cabeza de la muchacha con las manos y la empujó hacia abajo, para que tragara su enorme erección hasta el final—. Vale... eso es... justo ahí... sí... sí... joder...
Miré hacia otro lado, mientras gemía y disparaba su carga en su boca. Él jadeaba y ella chasqueaba los labios. Luego me preguntó que si quería uno. Levanté la mano sin mirarlos y Tony le dijo que se perdiera.
—Deberías haber tenido uno, hermano —aconsejó con una sonrisa de satisfacción—. La puta no es muy guapa, pero la chupa como nadie. Le doy un cinco por vistosa y un diez por actuar.
Tomó su bebida y suspiró sobre ella. Se había cambiado al whisky hacía un par de horas. Ya no llevaba la cuenta de lo que había bebido, pero todavía mantenía el control. Miré el reloj y comprobé que eran las siete pasadas. Pronto golpearía la cruz de cocaína de Jimmy y entonces yo me iría.
Tony podría ser un verdadero cabrón una vez que empezara a tomar coca. Además, al día siguiente era lunes y tenía que estar en la oficina a las nueve. Mi primo se quedaba de fiesta toda la noche porque no tenía que estar en ningún sitio en un momento determinado. Decía que era Tony D'Angelo, joder. Llevaba un Rolex de veinte mil dólares solo para presumir, no para decir la maldita hora.
—No me pasa nada, excepto que me doy la vuelta y la punta de tu pene está pegada a la boca de una chica —repliqué, sosteniendo mi cerveza—. Aparte de eso, estoy bien.
Podía sentir que me miraba.
—Vamos, hombre, soy yo. Dime qué es lo que te molesta. —Levantó la mano con tres dedos extendidos, como un Boy Scout haciendo un juramento—. Te prometo que no te mandaré a la mierda.
Respiré profundamente y lo empujé con suavidad. Extendí la mano para señalar la estancia, que estaba repleta y zumbaba como una colmena llena de mujeres desnudas y hombres borrachos y cachondos.
—¿Por qué estoy aquí?
Frunció el ceño como si estuviera hablando en francés.
—¿Qué?
—¿Por qué estoy aquí? —repetí con un gesto con las manos en el aire—. Quiero decir, ¿qué sentido tiene?
Se giró para mirarme y dio la espalda a Jimmy, que seguía mirando a la multitud como un pitbull buscando algo que matar.
—Por los coños gratis y el alcohol, primo. La cuestión es disfrutar de ser joven y rico y pasar un buen rato haciendo cualquier cosa que quieras hacer. No lo entiendo, solía encantarte esta mierda.
Me encogí de hombros y pensé que tenía razón. Hacía tiempo disfrutaba, pero en ese momento no sabía por qué me había cansado. Resoplé y sacudí la cabeza.
—No lo sé, Tony. Tal vez estoy madurando.
Se inclinó hacia mí y gruñó como un lobo que jugara con su presa.
—¿Por qué cojones harías eso?
—Tal vez sea el momento.
Observé a la multitud mientras me miraba. Dio unos golpecitos en la mesa y luego me empujó con un dedo.
—Entonces, me estás diciendo que quieres algo más que esto, porque esto ya no te sirve.
—Algo así.
—Sé lo que necesitas —advirtió, golpeando el vaso sobre la mesa tan fuerte que hizo que Jimmy nos mirara por encima del hombro. Tony se acercó a mí y me rodeó los hombros con su brazo. Me acercó y me susurró al oído—. Sé lo que necesitas, primo —dijo, con su aliento caliente en mi mejilla.
Me incliné para mirarlo por el rabillo del ojo.
—¿Sí? ¿El qué?
—Necesitas un coño virgen, amigo mío. —Agitó mis hombros—. Un poco de carne fresca para darte una perspectiva fresca. Y sé cómo conseguírtelo.