Katrina Denovan
—Es una buena clientela para un sábado —dijo mi padre mientras ponía cuatro vasos de cerveza de barril en la barra y se limpiaba las manos con el trapo que llevaba en el bolsillo trasero—. Si esto sigue así, podríamos permitirnos un pastel de carne dos veces a la semana.
Puse los ojos en blanco mientras cargaba las cervezas en una bandeja.
—¿Podremos alguna vez permitirnos algo mejor? —Mi voz sonó burlona.
—¿Aprenderás alguna vez a cocinar algo que no sea pastel de carne? —Sonrió.
—Lo más seguro es que no. —Puse la bandeja en mi hombro y la equilibré con la mano—. Necesito cuatro chupitos de tequila y cuatro cervezas para la mesa tres.
—Oye, piensa en positivo —aconsejó mientras golpeaba con la punta del pulgar a un lado de su cabeza—. Un día, comeremos un filete.
—Sí, sí. Si tú lo dices...
Entregué las cuatro bebidas y regresé a la barra para esperar a que él trajera el siguiente pedido. Puse los codos en la encimera y apoyé la barbilla en un puño para verlo trabajar. Era increíble, la diferencia que había experimentado desde que estuvo cerca del gorila de Tony D'Angelo.
Tardó un par de semanas en curar sus moretones, pómulos rotos y nariz destrozada, pero una vez que se levantó, fue como si se hubiera quitado un gran peso de los hombros. No había vuelto a beber ni una gota y tampoco había apostado, que yo supiera.
Su paso era más ágil. Sonreía y se reía más. Se veía y actuaba más feliz de lo que había visto en mucho tiempo, desde antes de que mamá muriera. Pagamos un precio muy alto los dos, pero valió cada centavo y cada gota de sangre.
Las semanas habían pasado más lentamente para mí. Intenté olvidar mi fin de semana con Nicky D'Angelo y todo el placer y el dolor que me había traído. Me reconcilié con el hecho de que no estaba destinada a ir a la universidad o convertirme en investigadora del cáncer.
Mi vida seguiría detrás de la barra, como mi padre y su padre antes que él. Había peores formas de ganarse la vida, desde luego. Y los grandes sueños no estaban destinados a gente como yo. No sabía lo que me esperaba, aunque no debía ser nada más de lo que la vida me había dado.
—Después de entregar esto, tómate un descanso —me pidió mi padre, cargando las bebidas en la bandeja—. Has estado trabajando duro durante horas. Puedo seguir yo solo durante un rato.
—¿Estás seguro?
—Ya servía antes de que nacieras. Vamos, tómate un descanso.
Me guiñó el ojo y se marchó a seguir sirviendo bebidas y a reírse con los clientes. Yo repartía los chupitos y las cervezas, luego me serví una Coca-Cola y la llevé a la cocina. Papá tenía razón, los pies y la espalda me estaban matando. Me senté en la mesita que teníamos en la cocina, me quité los zapatos y tomé un largo trago.
Había un montón de correo que se había acumulado en los últimos días en la mesa. Lo recogí y revisé los sobres, buscando las facturas y los documentos habituales. Entonces, un sobre de aspecto caro me llamó la atención. Estaba dirigido a la señorita Katrina Donovan. La dirección del remitente era de una compañía de Manhattan llamada Phoenix Capitol.
Tomé un cuchillo para mantequilla que estaba en la mesa y lo deslicé bajo la solapa para abrir el sobre. Dentro había un extracto mensual de una cuenta a mi nombre. El saldo de la cuenta era de ciento veinticinco mil dólares.
—¿Qué demonios? —Revisé el sobre, pero el estado de cuenta era lo único que había dentro. Lo volví a leer. La titular de la cuenta era yo, Katrina Donovan... mi dirección... El saldo de la cuenta era de ciento veinticinco mil dólares... fecha de apertura de la cuenta... hice los cálculos en mi cabeza. La cuenta se abrió una semana después de la subasta de la Virgen. El día después de que le diera el dinero a Tony D'Angelo.