Katrina Denovan
La universidad era mucho más difícil que el instituto. A pesar de que yo era solo una estudiante de primer año que tomaba cursos básicos, sabía que tenía que hacer una carrera hecha a mí medida. Para convertirme en investigadora del cáncer, tendría que obtener una licenciatura en biología o alguna otra ciencia de la vida, luego un título de posgrado y tal vez incluso un doctorado. Podría llevarme años y costar cada centavo que tuviera y algo más, pero algún día, si seguía adelante, sería la doctora Katrina Donovan, investigadora del cáncer.
Mi madre estaría muy orgullosa de mí, aunque no sé si podría estar más orgullosa que mi padre. Le decía a todos los que entraban al bar que su hija iba a ser científica. Incluso empezaron a llamarme doctora Donovan cuando les llevaba sus rondas de cerveza y chupitos.
Me aceptaron en la Universidad de Nueva York en otoño, lo que significaba que podía ir a clase y seguir trabajando en el bar para ayudar a mi padre. Tenía un largo camino por delante; menos mal que Nicky D'Angelo estaba a mi lado en el recorrido.
*
Nicky estaba sentado, junto a la cama y leyendo una revista financiera, cuando salí desnuda de la ducha. Me metí entre las sábanas y fingió estar absorto en algún artículo sobre el comercio internacional de divisas, pero cuando me acerqué y deslicé mi mano entre sus piernas, pareció perder la capacidad de leer.
—Uhm, ¿qué haces? —Tiró la revista al suelo y me abrazó.
Deslicé los dedos por su miembro duro y los moví arriba y abajo, mientras chupaba uno de sus pezones.
—Te estoy obligando a hacer un descanso. —Recorrí su cuello con la lengua y mordisqueé su mandíbula cuando iba a sus labios.
—¿Parece que necesite un descanso? —Abrió la boca para que mi lengua se deslizara dentro.
—Sí —dije, moviéndome a horcajadas sobre sus muslos.
—¿Puedo leer mi revista después de que me folles? —Puso las manos en mis caderas para acercarme a su polla.
—Puedes intentarlo —lo provoqué con una sonrisa—. Pero dudo que seas capaz de hacerlo.
Sostuve su miembro con una mano y lentamente me lo introduje hasta quedar empalada.
—Esto es increíble —gemí, poniendo mis manos en su pecho y deslizando las caderas a lo largo de él.
Me clavó los dedos en los costados para ayudarme.
—Sí, así… Increíble...
—Dios, me estás prendiendo fuego —susurré al tiempo que cerraba los ojos.
El ardor de mi sexo se irradiaba por todo mi cuerpo.
—Oh... joder —jadeó, arqueando las caderas para penetrarme más profundamente—. Estás tan jodidamente... apretada.
Lamí el sudor de mis labios y bajé mi boca a la suya. Él también sudaba y estaba salado en mi lengua. Su piel brillaba y estaba resbaladiza.
—Me estoy corriendo —gimoteé cuando el orgasmo comenzó a temblar a través de mí.
Gruñó y se tensó bajo mi cuerpo, cada músculo de su cuerpo se onduló mientras me llenaba con su semilla caliente.
La habitación se llenó con el aroma de nuestro sexo y sudor. Nos movimos juntos durante un momento más, luego me desplomé sobre él, jadeando en su oreja.
—Joder... lo necesitaba —dijo con los labios pegados a mi oído.
—Yo también. —Estaba ardiendo. Me llevé una mano a la frente y me di cuenta de que ambos estábamos sudando.
—Puede que haya subido demasiado la temperatura —observó con un suspiro feliz—. No quería que te congelaras cuando salieras de la ducha y ahora estoy sudando como un cerdo. Espera, doctora Donovan, ¿los cerdos sudan?
Sonreí y besé sus labios.
—No estoy segura. —Lo miré a los ojos—. Pero hay una cosa que sé.
—¿Qué es?
—Cuando te hago el amor, el sudor es jodidamente sexy.
Me pasó la lengua por el cuello, como si estuviera lamiendo un cucurucho de helado.
—Sí, señora, desde luego que sí.
Puse las manos en su cara y le miré profundamente a los ojos.
—Gracias por comprarme, señor D'Angelo. Me has salvado la vida.
Sonrió y acarició mi nariz con la suya.
—Querida, ha sido el dinero que mejor he invertido y con el que mejor beneficios he obtenido.
Después, ambos sonreímos y volvimos a besarnos.
FIN