Nicky D'Angelo
—Comienza la diversión —dijo Tony con un regocijo diabólico en su voz.
Las chicas se habían quitado los camisones transparentes y se alineaban una al lado de la otra, como concursantes en un concurso de belleza. Algunas de ellas tenían poses llamativas y sexys, otras parecían incómodas y Katrina, la chica guapa con la sonrisa suplicante que no podía apartar los ojos, parecía como si quisiera literalmente correr gritando.
Me di cuenta de que hacía todo lo posible por mantenerse quieta, pero seguía levantando los brazos para cubrirse y luego los bajaba a la fuerza, moviéndose de un pie a otro y tirando del largo pelo rubio que le cubría el hombro izquierdo, como si pensara que podía cubrirse con él.
Reconocí a la mujer que dirigía la subasta. Se llamaba Lois Perkins, una antigua stripper de los tiempos del tío Gino. Les daba instrucciones y hablaba con las manos, como un quarterback a su equipo.
Bebí una copa de champán fresco y eché un vistazo a la habitación. Había unos treinta o cuarenta hombres que miraban a las chicas y sonreían como lobos antes de una matanza. El gran ruso y su abogado estaban parados al otro lado de la habitación, mirándome y susurrando. Cuando Dimitri se dio cuenta de que lo miraba, sonrió y levantó el dedo corazón.
—¿Quién es ese? —pregunté a Tony, asintiendo en dirección al ruso.
—Dimitri Popov —explicó mi primo, mientras enmascaraba sus palabras detrás del cristal. Le llaman Dimitri El Navaja porque le gusta cortar cosas. Un verdadero psicópata chupapollas, un matón de la mafia rusa. No te acerques a él. Es como una enfermedad. Si pasas suficiente tiempo a su lado, enfermas y mueres.
—Creo que va a pujar por la rubia. —Me giré hacia Tony para que el ruso no me viera hablar—. ¿Hace daño a las chicas?
Tony suspiró y miró a Jimmy Fist, que de forma inusual rompió su silencio para decir:
—Hace daño a todo el mundo.
—Es bueno saberlo —aseveré, volviéndome hacia las chicas. Miré la dirección de los ojos del hombre y comprobé que él y su amigo miraban a Katrina con malos pensamientos.
—Dime cómo funciona esto —pedí a Tony.
—Lois llamará a las chicas, una por una, para que se paren en el podio. —Señaló a las jóvenes y a la tarima que tenía una altura de unos sesenta centímetros—. La oferta inicial es de cien mil dólares con aumentos mínimos de veinticinco mil. No hay límite en la cantidad de dólares de aumentos, así que puedes subir más de veinticinco de golpe, si quieres. Lois lleva a cabo la acción hasta que la puja esté hecha, entonces el mejor postor se queda con la chica por el fin de semana.
—¿Y luego qué?
—La puja incluye el uso de una suite arriba, para el fin de semana donde el trato se consuma, por así decirlo. La chica es tuya hasta la medianoche del domingo. Si la chica quiere irse contigo después, puede hacerlo, pero tiene que quedarse el fin de semana para que podamos garantizar su seguridad. Si se va antes de la medianoche del domingo sin una razón válida, pierde el dinero.
Fruncí el ceño sin comprender.
—¿Ha sido eso un problema en el pasado? ¿La seguridad de las chicas?
—Pusimos esa regla cuando empezaron a venir a la subasta los rusos. Su voz sonó amarga—. Pujaban por una chica y nadie la volvía a ver. O aparecía trabajando como puta o bailarina en uno de sus clubes. Es malo para el negocio cuando una chica termina chupando pollas en un burdel ruso en Pittsburgh. —Miró a Dimitri y sacudió la cabeza—. Malditos imbéciles.