Nicky D'Angelo
La Subasta de la Virgen, como se llamaba, fue iniciada por el padre de Tony, mi tío Gino D'Angelo, a mediados de los setenta, cuando él y mi padre tenían la edad que ahora tenemos Tony y yo.
El tío Gino era un visionario y empresario de la más alta magnitud. Sabía que había dinero en el alcohol, las drogas y las mujeres porque la familia había ganado cientos de millones con esas cosas durante décadas, casi desde el día en que mi abuelo Luigi empezó el negocio en su adolescencia.
Gino también sabía que cuanto más puro era el producto, más podía cobrar la familia por él. Cuando un compañero de copas le preguntó en broma por qué no podía comprar chicas vírgenes como todo lo demás, una bombilla se encendió en la cabeza de Gino y comenzó la subasta de vírgenes, primero en un almacén del centro de la ciudad con un puñado de chicas y algunos de sus compañeros como pujadores.
Ahora se llevaba a cabo en una finca privada que la familia poseía en Jersey, con docenas de chicas a la vez y muchos postores con bolsillos llenos y pollas duras por la juventud o pequeñas píldoras azules.
Se rumoreaba que el tío Gino superó la oferta del famoso mafioso John Gotti por la virginidad de una hermosa y joven rusa llamada Ursula Petrova, que acabó siendo su segunda esposa y la madre de Tony. Mi abuela Lillian nunca supo que su hijo mayor compró a su novia en una subasta, no es que le hubiera prestado mucha atención. Las cosas eran diferentes en los tiempos de mi abuela. A menudo decía que Papa Luigi la compró a su padre por seis jarras de vino tinto y una vaca que apenas daba leche.
La finca donde se celebraba la subasta estaba a una hora de la ciudad y la subasta comenzaba precisamente la medianoche del viernes. Tony me recogió en mi apartamento, en un Town Car a las siete, e inmediatamente me dio un vaso alto de whisky para que me entonara durante el viaje. Nos sentamos atrás mientras Jimmy Fist iba delante con el conductor.
Me alegré de que el gordo de mierda no se sentara con nosotros en la parte de atrás. No me apetecía tratar con él.
—Entonces, ¿cómo funciona esto exactamente? —Me acomodé en el asiento de cuero con la bebida apoyada en la rodilla.
Sostuve el vaso apretado en la mano para mantenerlo firme. Estaba algo nervioso. Nunca había estado en la subasta de una mujer virgen y no estaba seguro de si iba a pujar, porque encontraba bastante desagradable hacerlo por carne humana. De todas formas, tenía curiosidad por todo el proceso y la posibilidad de que no terminara la noche solo.
Tony dijo que funcionaba como una subasta normal. Se encogió de hombros y dio un trago a su bebida con gesto aburrido.
—Antes puedes conocer a las chicas y comprobar la mercancía. Las vestimos con unos pequeños camisones transparentes para que no veas por lo que pujas, hasta que comience la subasta. No se toca, solo se mira y se conversa.
—¿Y cómo saben los postores que las chicas son vírgenes?
—Porque tenemos un doctor que las revisa y emite un certificado de autenticidad.
Me atraganté y el licor se me salió por la nariz. Quemaba el hijo de puta y me quedé boquiabierto, mientras me pellizcaba la nariz.
—No puedes hablar en serio.
Sonrió.
—Tan en serio como un ataque al corazón. Los chicos no van a pagar medio millón de dólares por un coño virgen sin pruebas.
—Cristo —murmuré con el vaso en los labios—. No puedo creer que te haya dejado convencerme de esto.
—Me lo agradecerás el lunes. Espero que hayas traído tu talonario.