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Katrina Denovan

Mierda...

A menos que estuviera imaginando cosas, o teniendo otro de mis sueños raros, el hombre más sexy que he visto en mi vida acababa de pagar cuatrocientos mil dólares por mi virginidad y un par de días de mi tiempo. Eso significaba que mi parte era de doscientos mil dólares. ¡Doscientos mil malditos dólares!

Lo mejor era que le habría dado mi virginidad gratis en la primera cita, si me lo hubiera pedido. Era así de atractivo y creo que también muy amable; aunque era difícil juzgar lo simpático que resultaba alguien, cuando pujaba por el derecho a follarte todo el fin de semana.

El tipo grande con acento ruso me asustó muchísimo. Literalmente, miraba, hablaba y actuaba como todos los mafiosos rusos que había visto en la televisión. Cuando pensé que él iba a ser el que ganaría mi fruto virginal, creo que se me secó por el miedo. Entonces él intervino e hizo que todos mis temores desaparecieran.

Mientras lo veía entregarle al hombre de la puerta una tarjeta negra de American Express y firmar el recibo de cuatrocientos mil dólares, solté el suspiro de alivio que había guardado durante horas. El hombre le dio una copia del recibo y una tarjeta que nos permitiría entrar en la suite que compartiríamos durante los dos días siguientes.

—Gracias, señor D'Angelo, y felicidades —dijo el hombre. Me miró y sonrió—. Sus cosas ya están en la habitación, señorita. Que tenga un buen fin de semana.

—Ha sido como registrarse en un hotel —observé con un temblor nervioso en mi voz—. Quiero decir, aparte de la parte de la subasta de mi virginidad.

—¿Estás bien? —Tendió su mano hacia mí, para sacarme de allí.

—Estoy bien, ahora —acepté su brazo—. No puedo agradecerte lo suficiente por haberme salvado.

—Ha sido un placer. —Caminamos hacia la gran escalera que conducía a nuestra suite en el segundo piso—. O al menos lo será. —Sonrió con timidez y eso me desconcertó. Debió sentir mi repentina tensión y empezó a disculparse—. Lo siento, ha sido una broma de mal gusto. No estoy seguro de cuál es el protocolo para estas cosas.

—No importa. —Apreté su brazo y me acerqué a él, como si fuéramos dos amantes dando un paseo.

Sabía que era una completa locura porque apenas lo conocía —en realidad no lo conocía en absoluto— pero había algo en él que me tranquilizaba, algo que me hacía querer tenerle confianza, abrazarlo y apretarlo, dejarlo entrar en mi cuerpo, mi corazón y mi mente.

Acababa de pagar una fortuna por el derecho a ser el primer hombre que me hiciera el amor. Debía asegurarle que su dinero valiera la pena en todos los sentidos. Y quizás más.

*

Había dicho que esto era como registrarse en un hotel. Me equivoqué, porque nunca había visto uno tan bonito. La habitación era espaciosa, con un baño privado y una gran bañera con patas que debía tener más de cien años, y una zona de descanso frente a los miradores que daban a la parte trasera de la propiedad.

Había una cama enorme, con un cabecero de caoba tallado a mano y mesitas de noche a juego. Los muebles eran todos antiguos y lujosos, como toda la casa. Las únicas comodidades modernas eran un enorme televisor de pantalla plana sobre la cómoda y un minibar con alcohol, refrescos, zumos y aperitivos.

—Es asombrosa —dije al entrar en la habitación y esperar a que Nicky cerrara la puerta.

No podía quitarme la sensación que vendría a buscarme el tipo ruso. Esperaba que aquel lugar fuera tan seguro como Fort Knox, pero los tipos como él, no dejaban que las cerraduras y los guardias les impidieran llevar a cabo sus malas acciones.

SUBASTADA [Autora MIA FORD]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora