31. Epílogo

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Exiliada. Desde que salió de esas mazmorras se dedicó a vivir alejada del mundo, de las sobras de su pasado. Atrapada en un espiral de dolor que no le permitía seguir adelante, tampoco volver hacia atrás. Se encontraba como en un limbo. 

Aún tenía una vaga esperanza, un sentimiento que la mantenía viva. Bien sabían los dioses que toda alma perdida vuelve a reencontrarse y ahí mantenía su fe.

Habían pasado años, que a ella le parecían siglos, desde la batalla. Desde que perdió el control sobre sí misma. Todavía recordaba su decisión, que para nada había sido difícil.

Salió de las mazmorras con dificultad arrastrando el cuerpo sin vida del enano. No pensaba dejarlo ahí. Tras unos días de incansable caminata, sin comer, dormir o parasre a descansar, llega a la montaña.

Todavía recuerda las caras de los enanos llenas de pasividad aunque el fulgor de odio de sus ojos no eran capaces de retenerlo. Tampoco pensaba quedarse. 

Recuerda dejar el cadáver del enano frente a la puerta y girarse para marcharse, aún notando la reciente llegada del rey elfo, el mago Gris y el hobbit. Bilbo ya no la controlaba. Demasiado dolor resguardado en su corazón como para sentirse atraida por esa extraña oscuridad que envolvía al mediano. Consigue escuchar su nombre, o lo que hasta entonces había sido su nombre, procedente de los labios del elfo, pero no le hace caso. Lo último que necesitaba era eso, que la acusasen, que incrementasen su dolor.

A pesar de todo la chica aún daba las gracias a los dioses por el mero hecho de que la elfa pelirroja no estuviese entre aquellos que la recibieron. Si hubiese sido así, la culpa habría terminado con ella (...)

El sonido de unos pasos la saca de sus recuerdos cuando un hombre aparece frente a ella. Un montaraz, sin duda, de las tierras del norte. Amigo de los elfos por sus ropas. Los ojos azulados del hombre le recuerdan vagamente a los de su enano, aunque más claros y menos amenazadores. Al parecer se sorprende ante su presencia, cosa que a la chica le parece totalmente normal. No era una criatura cuya raza fuese conocida, gracias a los malditos orcos y sus experimentos. Ya no tenía nombre, no tenía pueblo... ¿Acaso le quedaba algo?

- Estoy buscando a un hobbit - informa el hombre con la mano sobre la espada temeroso de un ataque por parte de esa extraña criatura - ¿Entiendes mi lengua?

A ella le molestaba. Le molestaba enormemente el hecho de que ese hombre le hablase. Hacía tanto tiempo que no escuchaba la voz de nadie.

- ¿Quién lo pregunta y a qué hobbit buscas? Los medianos no se alejan de la Comarca...

El hombre abre mucho los ojos al escuchar la voz de la criatura aunque no se deja amedrentar, sino que se vuelve más cuidadoso si cabe.

- Me conocen como Trancos y busco a un hobbit apellidado Bolsón.

Es ahora la chica la que se sorprende aunque no da muestras de ello, pues Bilbo no debía ser sino un anciano.

- Ningún hobbit ha pasado por aquí - termina tras cierto tiempo de cavilación - Aragorn

- ¿Cómo..? - pregunta el hombre pero su interlocutora ya había desaparecido entre la maleza.

Quién sabe lo que ocurriría ahora, lo que vendría después. Quizá sería recordada como un monstruo, como una leyenda. Quizá caería en el olvido. Quizá debía perder de una vez por todas la esperanza.  Un enorme lobo negro, de ojos completamente azulados y profundos, aparece entre la maleza, encarándola. Unos ojos demasiado inteligentes y profundos para ser los de un animal. Todo ser perdido acaba volviendo a ti, toda alma que se ama se reencuentra.

La criatura clava sus ojos en los del animal. Unos azules como el más profundo océano y otros rojos, como la lava de un volcán. La criatura se agacha, acariciando suavemente al canino con una sonrisa en su rostro de la más pura felicidad, pues jamás había sido tan feliz. Jamás conseguiría desplazar todo ese dolor de su corazón, toda esa oscuridad, pero ya le daba igual. Ya nada le importaba.

- Te he echado de menos Thorin

Entre montañas (Thorin) [COMPLETADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora