5 de noviembre, Macht.
Pov: Asteria
El despertador comenzó a hacer ruido al otro lado de la habitación. Resoplé cansada y le lancé el estuche haciendo que cayese con un sonido ensordecedor.
Creo que acababa de romper mi despertador.
Erguí mi cabeza de entre el hueco formado por mis brazos y saqué las gafas de mi rostro con suavidad. Froté mis ojos y los dejé cerrados, me apoyé en el respaldo de la silla del escritorio e intenté que el sueño viniese de nuevo a mí, lo cual fue imposible.
—Vamos, Ast —me hablé a mí misma—. Tienes que ir al instituto.
Me levanté con cansancio y arrastré mis pies hasta el baño. Una vez allí, abrí mis ojos y me miré al espejo. Mi pelo estaba recogido en un estropeado y flojo moño sujetado por un lápiz. Debajo de mis ojos había unas oscuras ojeras, en mis mejillas la marca de algún bolígrafo y sobre el puente de mi nariz: la de las gafas.
—Creo que alguien decidió que era buena idea dormir encima del escritorio —hablé con cierta gracia—. Puede que así hubiera sido más productiva.
Me eché agua en la cara y me lavé los dientes con rapidez. Después, me deshice el moño para volver a hacerlo, esta vez con un coletero.
Me miré al espejo una vez más y tras una mirada aprobatoria, volví al dormitorio. Una vez allí me vestí con el simple uniforme del instituto y bajé las escaleras hasta la cocina.
Me detuve abruptamente bajo el marco de la puerta. Mi padre estaba apoyado sobre la encimera, mirando su móvil mientras sorbía café de su taza. Lo miré detalladamente, tenía unas profundas ojeras bajos sus ojos y su piel se veía algo más opaca y pálida que de costumbre.
Entonces, levantó su mirada y me dedicó un segundo de su atención.
—¿Qué miras? —preguntó de manera borde y volviendo sus ojos a la taza humeante.
—Nada —ladré.
Me desvié al recibidor y agarré mi parka para colocármela, salí a la calle y sentí el frío de la mañana golpear mi rostro. Me encogí sobre mí misma y llegué hasta mi bicicleta tirada a un lado. La miré fijamente. No quería subirme y pedalear hasta el instituto, no donde el ambiente se había vuelto tan jodidamente incómodo.
Anna...
Anna no me dirigía la palabra desde hacía dos días, desde aquella mañana que explotó en medio del descansillo del pasillo. Y lo peor, es que había seguido actuando normal con el resto. Así que eso significa... Eso significaba que el problema verdaderamente era yo, ¿no?
Pero quedarme en casa no era una opción, así que cogí la bicicleta del suelo y pedaleé hasta el instituto. Cuando entré en el edificio principal, noté varias miradas puestas sobre mí. Bufé, ¿de verdad seguían con lo del baile de Halloween? ¿No se había publicado ya el artículo zanjando todo lo que había pasado?
Tuve el coraje de devolverle una sonrisa burlona a una chica de último año que me miró con diversión cuando pasé por su lado. Pero ella no fue la única en actuar de forma rara, más chicos me guiñaron el ojo y otros incluso ni siquiera se preocupaban por ser disimulados y me señalaban por los pasillos.
Respiré profundamente y decidí ignorarlos por el momento. Caminé con rapidez, casi corrí, hasta el piso de arriba. Aún no había llegado nadie así que decidí sentarme en el suelo con la espalda apoyada en la pared.
Sin embargo, mi soledad no duró demasiado. Un chico con el que compartía algunas clases se acercó hasta mí y se agachó a mi altura. Me sonrió de oreja y yo fruncí el ceño.
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Cicatrices
RomanceAsteria suele sonreír. La mayoría del tiempo, intenta aparentar ser risueña y estar conforme con su vida. Mas en su interior, cada sonrisa le cuesta un mal recuerdo y cada intento de ser feliz es una mordida del pasado. Hace creer que es una chica...