3 de noviembre, Macht.
Pasada una media hora, la tormenta se calmó tan rápido como había aparecido. Aunque todavía caía un fina llovizna sobre el Great Hills, nos dieron luz verde para marcharnos.
—Por favor, alumnos —carraspeó la profesora de guardia—. Llegó vuestro turno de salir, a aquellos que les corresponda autobús, salid primero.
Mis amigas se miraron sorprendidas y corrieron hacia la puerta despidiéndose rápidamente de mí. Yo no tuve ninguna prisa en levantarme y dirigirme hasta el aparcamiento. Me coloqué el abrigo y caminé con pasos lentos hasta mi bicicleta.
Para mi sorpresa, no estaba sola. Un chico estaba apoyado contra el muro, con las manos metidas en los bolsillos y la mirada fija sobre el suelo. Pensé en su rostro: finos labios, ojos cafés, como los de la mayoría, y pelo oscuro tapado por un gorro de lana.
Pasé por su lado sin mirarlo y quité el candado de la bici.
—¿Una bicicleta? ¿Con este clima?
Me giré hacia el chico y este me sonrió con una sonrisa de medio lado.
—¿Disculpa? —solté sin pensar. ¿Acaso nos conocíamos?
Lo miré extrañada y analicé su figura descaradamente. Era alto y su complexión parecía fuerte bajo aquel grueso chaquetón. Su rostro era pálido y juraría no haberlo visto nunca. Ni a él, ni a la monstruosa moto rojo azabache a la entrada del callejón.
—No es que tu moto sea mejor opción —volví a hablar antes de que me contestara.
—Tienes razón —me regaló una sonrisa de boca cerrada—. Por eso estoy esperando a que deje de llover, ¿no deberías hacer tú lo mismo?
—Vivo cerca —mentí volviéndolo a mirar. Gran altura, mandíbula y nuez marcadas, piernas largas, algún que otro lunar sobre sus mejillas... No, estaba segura de que él no era de por aquí.
Ambos nos sostuvimos la mirada durante varios segundos hasta que un trueno a lo lejos hizo que alejara mi mirada hacia el manillar de la bicicleta, casi intimidada. Pasé una pierna sobre el pequeño sillín y justo cuando estaba a punto de comenzar a pedalear, el extraño chico volvió a hablar:
—¿Sabrías al menos decirme si el profesor Orwell salió ya? Tenía que traerle algo pero creo que...
—¿Señorita Wade? ¿No debería estar ya de vuelta? —preguntó de repente una voz, interrumpiéndolo—. ¿Acaso no la esperan en casa?
Ambos miramos en la misma dirección. Mordisqueé mi labio inferior con nerviosismo al notar al mismísimo profesor de Historia frente a nosotros. Sostenía un paraguas en una mano y en la otra llevaba su gran maletín. Su ceño estaba fruncido y no quitaba su mirada del chico.
—Claro —contesté tosca.
—Orwell —lo saludó el chico—. Te traigo aquellos documentos que me pediste.
El profesor levantó sus cejas con escepticismo.
—Ethan, creo recordar que te dije que ya no serían necesarios —dijo entre dientes.
Ambos se sostuvieron la mirada durante unos segundos y el tal Ethan apretó su mandíbula. No parecía nada contento.
—Creo que... —carraspeé llamando la atención de ambos—. Debería de irme.
Con cautela, comencé a pedalear y dejé escapar un suspiro de alivio. El momento había sido realmente incómodo y... Definitivamente extraño. Además, ¿qué era ese chico para Orwell? Puesto que siempre alardeaba de no tener hijos, o "cargas" como solía llamarlas, quizás debería ser su sobrino. Pero... ¿No qué había sido hijo único?
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Cicatrices
RomanceAsteria suele sonreír. La mayoría del tiempo, intenta aparentar ser risueña y estar conforme con su vida. Mas en su interior, cada sonrisa le cuesta un mal recuerdo y cada intento de ser feliz es una mordida del pasado. Hace creer que es una chica...