24 de noviembre, Macht.
Un nuevo lunes.
Después de una incesante temporada de llovizna, el sol había vuelto a salir en Macht y con él, los rumores se habían evaporado y desaparecido de la mente de todos en el instituto.
O al menos, eso parecía.
Un nuevo día había llegado y la calma que acontecía tras la tormenta me hizo caminar con tranquilidad por el instituto.
Paseé por el pasillo y me dirigí hasta el final de este. Allí, sentada sobre el banco, estaba Nina. Mordisqueaba su uña con nerviosismo y no alejaba sus ojos de la pantalla, tal y como si esperara recibir un mensaje importante. O una respuesta decisiva.
—¡Hey! —la saludé levantando mi mano, con una sonrisa suave e incluso cohibida me atrevería a decir—. ¿Por qué tan seria?
Mi amiga levantó su mirada y sonrió con los labios apretados.
—No es nada —dejó su teléfono a su lado y se levantó para envolverme entre sus brazos, con fuerza—. ¿Y tú? ¿¿Por qué estás sonriendo de forma radiante?
—¿Radiante? —me mofé separándome y tomando asiento en el banquito—. Son casi las 8 de la mañana, solo un bicho raro podría estar tan feliz a estas horas de la mañana.
Nina rodó sus ojos y se dejó caer sobre mí, con dramatismo.
—Estás llamando rarita a tu mejor amiga.
Ambas nos carcajeamos y su espalda chocó contra mi pecho.
—¿Sabes qué? —me preguntó separándose de mí para sentarse a mi lado—. Te siento diferente. No sé si tendrá algo que ver que ahora sé un poco más de ti, pero... Creo que aunque no lo notes, hay un aura diferente en ti ahora.
La miré fijamente a sus ojos verdes y respiré profundamente. No pude decir nada.
—Sé que aún será difícil que tú notes tu propio cambio, pero desde fuera, percibo una energía calmada —agarró mis manos con fuerza—. Y eso es porque, poco a poco, vas quitando pequeñas piedras de esa mochila que llevas en la espalda.
Solo pude sonreírle con gratitud.
Mi mejor amiga tenía razón, me había sacado una carga, una a la que me había acostumbrado y de la que incluso me daba miedo desprenderme. Por muchos años esa barrera que había levantado me había protegido, o al menos había creído que lo había hecho.
Y en aquel momento, aunque mis nudillos estuvieran sangrando por los golpes imaginarios que estaban agrietando de a poco ese muro, no me detendría. Tenía que avanzar con cautela y constancia. Si iba demasiado lento, me arriesgaba a volver a dejarme seducir por la seguridad de mi guarida. Y, si por el contrario, me abalanzaba sobre el muro, puede que acabara sepultada bajo él.
Solo esperaba poder encontrar pronto ese equilibrio.
—Eso es —imitó mi expresión apacible y alegre—. Sonríe más, tú que tienes esa sonrisa natural tan bonita...
—Y tú también, jamás la pierdas.
—No podría ni aunque quisiera —se carcajeó pasando un brazo por mis hombros y acercándome a ella—. Mis padres me matarían si no sonriera después de haber pagado durante años por mi tratamiento de ortodoncia.
Blanqueé mis ojos y la empujé juguetonamente. En ese momento, noté que el pasillo se había llenado de un momento a otro de adolescentes que hablaban los unos con los otros, e incluso una Chris apareció corriendo hacia nosotras. Agitó sus brazos de un lado a otro y se abalanzó de espaldas sobre nuestro regazos
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Cicatrices
RomansaAsteria suele sonreír. La mayoría del tiempo, intenta aparentar ser risueña y estar conforme con su vida. Mas en su interior, cada sonrisa le cuesta un mal recuerdo y cada intento de ser feliz es una mordida del pasado. Hace creer que es una chica...