22 de noviembre, Macht.
¿Sabéis ese momento...? Sí, justo ese momento, en el que todo a tu alrededor se paraliza y la nada pura te rodea. Esa nada densa, apretada... Pesada. Una nada que te oprime y que te hace sentir que en cualquier momento va a dejarte sin oxígeno.
Esa nada es la que siento cuando caigo.
Cuando caigo de forma lenta, esa nada se apodera de mi pecho y se acopla ahí. Se va haciendo cada vez más grande, tanto, que hasta se me dificulta tragar.
Sé que llegará el momento en el que me despertaré entre bocanadas sobre la cama, intentando olvidar la sensación de caída libre. Así que, cuando me despierto, ni si quiera trato de ponerme de pie y tocar el suelo de mi dormitorio.
La pesadilla se ha sentido real que tengo miedo de que seguir soñando y caer si abandono la cama. Esa misma es la sensación que muchos días me ata a ella y me hace no salir de casa.
Así desperté el día de después de mi cita con Ethan.
Mi frente estaba perlada de sudor y mi cuerpo demasiado rígido. Mi pecho se agitaba con rapidez y mis puños a mis lados estaban apretados, haciendo que mis uñas se hincasen en las palmas.
¿Por qué permitía que aquella pesadilla tuviese tanto control sobre mí? Me sentía impotente de dejar que ese sueño tuviera un efecto abrasador e incapacitante en mí. Pero no había nada que pudiera hacer, una vez me despertaba de la caída libre, no había vuelta atrás.
Apoyé la espalda contra el cabecero de la cama y miré las sábanas enredadas en mis piernas. Mi respiración era rápida y superficial, mi alma estaba derrumbada.
¿Por qué?
Las lágrimas se amontonaron en mis ojos.
Estaba tan cansada de esa sensación, de que apareciera cuando menos falta hacía... Cuanodo mejor estaba.
¿Por qué?
¿Por qué todo era tan difícil? ¿No debería ser más fácil poder olvidar? ¿Pasar página y simplemente dejar atrás lo que sea que pinchara?
No sabía si la forma en la que intentaba arreglarme era la adecuada pero, al menos, lo estaba intentando como mejor se me ocurría, y como nunca estaba reclamando hasta al cielo una recompensa ante mi tiempo de sufrimiento.
¿Esto era todo lo que me iba a dar el mundo?
En momentos como aquellos eran en los que más necesitaba el abrazo de quien no me fuese abandonado nunca, de quien jamás me hubiera apuñalado por la espalda... Alguien que no me fuese conocido bajo la sombra de una Asteria a medias.
Un sollozo se escapó de entre mis labios y llevé mis manos a mi cabello, tirando de él con fuerza.
Necesitaba a mi madre, necesitaba que sus fuertes brazos me rodeasen y me susurrasen al oído que todo estaría bien. Necesitaba que, cuando saliese de mi habitación, mi padre estuviese preparando chocolate y galletas para desayunar. Deseaba que, al caminar fuera de casa, mis amigos estuviesen ahí sabiendo mis manías, mis cualidades, mis problemas... Mis miedos y mis virtudes.
Pero no, yo era la culpable, no merecía nada mejor. Me había encargado de alejar a todo el mundo, de expulsarlos de mi vida.
¿Y si aquello no era cierto... Por qué seguía sintiéndome tan sola? Aún estando rodeada de gente que me incitaba a abrirme, a mostrarles a mi verdadero yo y a depositar mi confianza en ellos.
Las lágrimas caían con fluidez sobre mi rostro, atravesando mis mejillas y llegando hasta mi barbilla, para finalmente caer sobre mis muslos temblorosos. Golpeé con rabia el suelo y tiré al suelo los objetos sobre mi escritorio y todas las superficies a mi alrededor.
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Cicatrices
RomanceAsteria suele sonreír. La mayoría del tiempo, intenta aparentar ser risueña y estar conforme con su vida. Mas en su interior, cada sonrisa le cuesta un mal recuerdo y cada intento de ser feliz es una mordida del pasado. Hace creer que es una chica...