V E I N T I S I E T E

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FINAL: Dulce agonía.

M E L I S S A

A mi corta edad de dieciséis años me había percatado de la más dolorosa de las verdades: La vida era corta y cruel. Un desafío en donde solo podía ganar quien lograra mantener la cordura.

Desde pequeña siempre estuve rodeada por la "perfección", y muchas altas expectativas habían sido puestas en mí incluso desde antes de nacer. Supongo que mis padres debieron ver venir a la decepción como un constante en su vida desde que yo no fui un varón como ellos lo esperaban.

A partir de mi nacimiento todo se volvió una lucha constante por complacer a todos a mi alrededor, específicamente a mis padres.

Mis calificaciones no podían ser simplemente perfectas, no cuando las de mi hermana sobresalían sobre todas las demás. No debía solo saber manejar dos idiomas a la perfección cuando mi hermana podía hacerlo con tres. No podía pasar desapercibida en la escuela cuando mi hermana había sido condecorada como una alumna sobresaliente durante dos años seguidos. Si mi hermana practicaba equitación a la perfección, yo debía ser capaz de llegar a ser la capitana del equipo de voleibol.

Decepcionar a mis padres cada vez que intentaba complacerlos se convirtió en un hábito común durante toda mi niñez. Y es que nunca nada de lo que lograba parecía ser suficiente para ellos, específicamente para mi padre.

Mientras que mi madre decía: «lo hiciste bien, cielo», mi padre solía responder: «pudo haberlo hecho perfecto».

De pequeña había pasado incontables noches llorando en mi cama hasta quedarme dormida después de recibir fuertes llamadas de atención por parte de mi padre. Había mordido mis uñas hasta quedarme sin ellas debido a la ansiedad que mis calificaciones en las distintas asignaturas en la escuela me generaban. Había deseado con todas mis fuerzas ver, por tan solo una vez, a mi padre orgulloso de mí.

Mi vida familiar era complicada y la social prácticamente inexistente. Nadie quería tener que juntarse con la niña callada del aula, esa que se estresaba y lloraba cuando algo no salía como ella lo esperaba. La tímida niña a la que se le dificultaba entablar conversaciones.

Fue una infancia solitaria y exigente. Había pasado prácticamente toda mi vida creyendo que nunca, en toda mi vida, podría llegar a ser completamente feliz. O por lo menos eso fue antes de conocerlos a ellos, los imperfectos, mis primeros únicos verdaderos amigos.

Mi amistad con ellos fue como una bocanada de aire fresco justo cuando el mundo de perfección y expectativas en el que me obligaban a vivir estaba a punto de asfixiarme por completo.

Con ellos no tenía que fingir ser alguien que no era, no me costaba ser yo misma y no me exigían ser más de lo que era. Junto a ellos, mis imperfecciones se convirtieron en perfecciones ante mis ojos, aunque el resto del mundo hubiese dicho lo contrario.

Teniéndolos a ellos, nada que me afectara importaba realmente demasiado, solo porque sabía que ellos estaban ahí para respaldarme.

A pesar de que de alguna u otra forma el sufrimiento era el que nos unía, nosotros habíamos logrado hacer de lo "peor de nuestras vidas" lo "mejor de nuestra existencia".

Nuestra amistad era algo especial para todos nosotros. Ellos eran inigualables y juntos éramos simplemente imparables.

Para el resto de las personas, el ser imperfecto podría significar la cosa más horrible del mundo. Pero a como yo lo veía, ser imperfecto era realmente sentirte con vida.

Para algunos el simple hecho de escuchar constantemente que era querido podía llegar a ser hartante o en ocasiones hasta asfixiante. En mi caso, era algo que había deseado escuchar durante toda mi vida.

The IMPERFECTS  [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora