Moral descendente

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No soportaba sus andrajos corrompidos aplastando las membranas simples de aquel pub de catarsis maloliente. Los hombres gozaban del pecado mientras escupían su argot de manumisos bastardos. Yo, por otro lado, me ahogaba en alcohol de reflejos ofuscados. Sucumbí a la lúgubre intención de la inconsciencia eterna. Sentía la presunción de su manifestación acariciando mis oídos, como si hablándome estuviera. Fruncí el ceño con espesor en un intento ocioso por disolver sus pretensiosas plegarias, pero la voz siguió suplicando con suspiros ininteligibles. Entretejío entre llantos el suplicio de la moral descendente, pero decidí eludir cínicamente la escena y tomé más. Ginebra para lamentar y nunca más recordar.
Ojalá hubiera sido tan sencillo como eso, pero la intervención perecedera de mi noche no consistía en una psicosis casual. Había antendido a las suplicas de la desaforada disrupción de la realidad de una niña por su profanador. Violada y arrebatada. Todos escucharon, ebrios de indiferencia y abrumados con su hipocresía. Todos contribuimos.

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