A las lejanías de Masachusset, en un pueblo llamado Concordia, existía una familia conformada por cinco hermanas: Anne, Meg, Jo, Amy & Beth, además de un hermano por elección, su vecino, Theodore "Laurie" Laurence, quien como un gesto de agradecimie...
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Finalmente para el desagrado de los vizcondes, la cena en la residencia Featherington había comenzado.
Anne se salió con la suya y en menos de 2 horas, ambos se encontraban dentro de un carruaje con dirección a la residencia frente a la casa en donde Anthony creció. El camino fue bastante serio, ella sabía que realmente todo el asunto de Colin y Marina ponía de mal humor a Anthony y con justos motivos.
Anthony se vistió con los colores negro y blanco que usualmente portaba, en cambio Anne tuvo que tomarse su tiempo para decidir el tono exacto del vestido así como las joyas y el peinado. Odiaba que incluso existieran diferencias tan marcadas hasta en su forma de arreglarse para algún evento. Opto por lucir un vestido corte imperio de color azul marino, el mismo tono del vestido de Violet, según le había mostrado. Ahora que era una mujer casada, no debía de preocuparse mucho por usar tonos claros. Su cabello lucia perfectamente acomodado en un semirecogido conformado por trenzas pequeñas que se unían en su nuca. De joyas solo portaba sus anillos, el de matrimonio y el resplandeciente zafiro que estaba segura terminaría siendo una joya familiar.
No es que el vizconde se negara a la existencia del amor en corto tiempo, el mismo había sido protagonista de una historia de amor que solo basto con una mirada para cambiarlo todo. Sin embargo, para él su matrimonio con Anne fue totalmente diferente, y es que se conocieron. Ellos realmente lo hicieron, no de la manera más banal posible, conocieron sus expresiones y reconocieron lo más valioso de la otra persona, se ayudaron mutuamente sin requerir nada a cambio, incluso se conocieron un poco en la intimidad. Su cortejo no fue común, no se basó en pequeñas pláticas supervisadas y miradas acusadores ante cualquier acercamiento. Se basó en la confianza de dar y recibir, de escuchar con atención, de no tener prejuicios y de permanecer la mayor cantidad de tiempo posible juntos en el proceso.
Hubo atracción claro está, pero el verdadero amor surgió después, en el momento en que solo podían pensar en el otro al despertar e irse a dormir, cuando una sonrisa acompañaba dichos recuerdos, cuando se buscaban en el primer momento en que llegaban a un nuevo baile, pero sobre todo en cómo no podían separarse, no por obligación sino porque les gustaba la compañía del otro.
