Unas suaves sacudidas en su cuerpo le despertaron. Era Nana. —¿No vas a bajar a cenar? —Preguntó con su dulce voz. —Has dormido mucho. Daniel se sentó en la cama aún adormilado. —¿Qué hora es? —Preguntó bostezando, aunque al mirar por la ventana confirmó que ya pasaban de las siete de la noche, estaba oscuro. —Son las ocho menos diez, estás durmiendo desde que llegaste del instituto. Tu hermana y yo no quisimos despertarte pero ya has dormido bastante. Tu cena ya está servida —Respondió Nana y luego de acariciar su cabello salió de la habitación dándole su espacio.
Ocho menos diez. ¡Ocho menos diez! Saltó de la cama hacia el baño quitándose la ropa en el camino ¿En qué momento se quedó tan profundo? Tenía un compromiso con los chicos a las siete. El entrenamiento había estado tan fuerte que había caído rendido apenas pisó la intimidad de su pieza.
Daniel amaba el deporte, era bueno casi en todos. Cuando sucedió lo de sus padres se sintió perdido en el mundo y la única manera sana que encontró para descargar su frustración fue a través del deporte, no es que no haya intentado otras vías, pero ninguna le trajo la paz que sentía cuando entrenaba. Era uno de los mejores, era el típico chico atleta del cual los entrenadores se sentían orgullosos de tener en sus equipos. Pero de todos los deportes que practicaba ninguno le apasionaba tanto como el baloncesto, no concebía su vida sin la cancha.
El agua apenas alcanzó a mojar todo su cuerpo cuando salió de la ducha, quizás con un poco de suerte alcanzaría a sus colegas en el punto que habían acordado. Rodrigo conoció a una linda chica por Instagram y para suerte de la manada tenía dos hermanas, sin duda sería una gran noche. Cuando encontró su móvil perdido en el desastre que las sabanas armaron en su cama notó que había cuatro mensajes y diecisiete llamadas perdidas. Cinco de ellas eran de Carlos, tres de Rodrigo y nueve de Kyra, una chica de su instituto con la que había salido un par de veces y que se encontraba fuera de la ciudad debido a asuntos familiares. Ignorando las demás llamó a Carlos, su mejor amigo, quien al tercer timbre contestó.
— ¡Maldito bastardo! ¿Sabes qué hora es? A esta hora deberíamos estar llegando al bar para conocer esas bellezas —Gritó fuerte provocando que Daniel se despegara el teléfono de la oreja.
— ¡Cálmate! Me quedé dormido. ¿Dónde están? ¿Me da tiempo a alcanzarlos? —Preguntó exasperado por el tono dramático de su mejor amigo.
—Claro, el idiota de Rodrigo también desapareció pero ya lo encontré. Estamos en su casa esperándote. Recuerda que nos vamos en tu auto. —Habló el joven al otro lado de la línea.
—Bien. En veinte minutos paso por ustedes —Cortó la llamada y se terminó de arreglar para salir, a Nana no le gustará nada su salida, pensó.
En media hora ya había pasado por los chicos e iba conduciendo camino a encontrarse con sus citas. Eran las 9:32 de la noche y Daniel se desplazaba a toda velocidad por la solitaria carretera del pueblo de Landford. Ese pueblo era todo lo opuesto a un lugar divertido, parecía haber llegado tarde a la repartición de civilización, por lo que para pasarla bien, casi siempre había que ir a otro sitio. Escuchando música, riendo y haciendo una que otra broma, sus amigos hicieron las dos horas de camino más llevaderas. A la verdad Daniel no se podía quejar de los dos dementes que tenía como amigos, de todas los hipócritas y egocéntricos que le rodeaban, ellos era la excepción.
A Carlos lo conocía desde el jardín de niños. Nunca se habían distanciado, ni siquiera cuando Daniel se aisló del resto del mundo luego de la pérdida de sus padres, Carlos siempre estuvo ahí dispuesto a consolarlo y llorar con él en los duros momentos en que su amigo se quebraba y no encontraba palabras para animarlo. Carlos también había atravesado momentos difíciles en los que Daniel estuvo para él incondicionalmente, no tan trágicos como los suyos, pero difíciles. A Rodrigo lo conocieron en su primer año de instituto, era un chico educado y sencillo del cual todos se burlaban por sus orígenes indios, pero ellos pudieron ver más allá de sus extrañas costumbres y decidieron adoptarlo como uno de los suyos.
ESTÁS LEYENDO
Justo a Tiempo (Libro #1)
SpiritualNo odiaba a Dios, pero tampoco simpatizaba con el. Ya que ese ser al que todos decían amar, había sido el principal causante de todas sus desgracias. Sin embargo un día tuvo una experiencia sobre natural que lo dejó perplejo y con miles de dudas en...