Capítulo 8

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Emma se encontraba atónita. No podía creer que se haya atrevido atrevió a invitar a Daniel a la iglesia y mucho menos que él hubiera aceptado. La realidad es que cuando le extendió la invitación lo hizo más por aventurar que otra cosa, pues él ya le había dejado claro su posición respecto a Dios.

El hecho de que se comprometiera a asistir por un lado le alegraba, pues su misión era traer a Cristo la mayor cantidad de jóvenes posibles, sin embargo, por otro lado, la intranquilizaba. ¿Y cómo no? Si de un día para pasó de ser la chica invisible, a la que él no invertía ni un segundo en mirar, a ser su tutora de física, con la cual se reunía cinco días a la semana por alrededor de una hora.

Había escuchado muchas historias sobre ese castaño de mirada penetrante, la mayoría desfavorables, y por esa razón, tenerlo cerca la turbaba de cierta forma. En una ocasión, mientras se encontraba en el baño del instituto, escuchó a dos chicas conversar sobre cómo le había roto la nariz a un jugador de uno de los equipos con el que competía, solo por mencionar a sus padres. Quedó sorprendida al escucharlas, pues hablaban como si ese arranque de violencia lo hiciera mucho más atractivo para ellas.

En otra ocasión, en todo el centro se difundió un rumor de que lo habían suspendido por una semana completa, porque fue encontrado en una situación comprometedora con una chica en el laboratorio del quinto piso. Había decenas de historias similares sobre él, pero ella solo podía ver a un chico con una gran necesidad de Dios en su vida.

Mientras repasaba la reflexión que le tocaba compartir en el servicio de jóvenes, sintió una inquietud arder en su pecho por parte del Espíritu Santo, tenía que ver con Daniel. Confundida por la intensa sensación, decidió orar.

Padre amado, no entiendo muy bien que es lo que quieres decirme. No sé por qué de repente siento la necesidad de que Daniel sea libre. De que toda esa oscuridad en su interior pueda ser diluida por la luz de tu gloria. Si tu voluntad es que yo le ayude, muéstramelo. Por favor, dame una señal. Yo lo único que quiero es obedecerte, quiero hacer lo que me digas.

Te pido que esta noche, en la iglesia, él pueda ser tocado por tu Espíritu Santo, y si es tu voluntad, pueda venir a tus pies. Te pido por cada joven que hoy se encuentra en la condición de Daniel, enojados, alejados de ti, te pido que transformes sus corazones con tu gran amor.

En el nombre de Jesús, amén.


Luego de haber orado, se dio un baño y se preparó para irse a la iglesia. Sus padres se encontraban en una conferencia pastoral en las afueras y estarían ausentes por tres días, quedando en casa solo ella y su hermana, quien ya se encontraba en la iglesia encargándose de limpiar y decorar para el servicio.

****

Al llegar a la iglesia Emma saludó a sus hermanos en Cristo. A pesar de que la amistad con la mayoría de ellos no era tan profunda, le encantaba reunirse con ellos y ver la pasión con la que todos adoraban a Dios. No eran una comunidad tan grande, pero si comprometida; casi siempre estaban inventando actividades y maneras creativas de llevar el mensaje de Jesús a los habitantes del pueblo.

El servicio comenzó y fue a Stephanie quien le tocó dar la bienvenida y hacer la oración inicial. Luego, los chicos del ministerio de alabanza, se organizaron en sus lugares y empezaron a hacer lo suyo. Iniciaron con una hermosa interpretación del tema «Jesucristo basta» que fue creando un increíble ambiente de adoración. En ocasiones, Emma miraba hacia la puerta para ver si Daniel entraba, pero aún no lo había visto. Se acabó esa alabanza y continuaron cantando «Deseable» de Marcos Brunet, una de las canciones favoritas de Emma. 

Ella, al percatarse de que era esa canción, se olvidó de todo a su alrededor, cerró sus ojos y elevó sus manos, cantando la letra que ya conocía de memoria.

Justo a Tiempo (Libro #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora