Capitulo 31

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«Acuérdense de que no se les mojen los pies, ni la ropa».

«Empapen los armarios de la ropa blanca, las toallas, los suelos, los libros y las camas».

«Acuérdense de apartar el bidón de gasolina del material combustible para que puedan cogerlo».

«Esperen a que prenda y a que arda. Luego salgan corriendo. Bajen por la escalera de la cocina y salgan por la puerta delantera».

«Acuérdense de llevar los bidones y devolverlos al cobertizo de las lanchas»

«Nos vemos en la casa Horan. Allí meteremos la ropa en la lavadora, nos cambiaremos y luego iremos a ver el fuego antes de llamar a los bomberos».

Esas fueron las últimas palabras que les dije. Liam, Harry y Niall se dirigieron a los dos pisos superiores de la casa con bidones de gasolina y bolsas de periódicos viejos para encender el fuego.

Le di un beso a Zayn antes de que bajara al sótano.

—Nos vemos en un mundo mejor —me dijo, y yo me reí.

Íbamos un poco borrachos. Habíamos estado bebiéndonos los whiskys irlandeses de la familia Horan desde que todos se habían marchado de la isla. El alcohol me hizo sentir impulsivo y poderoso hasta que estuve solo en la cocina. Entonces me sentí mareado y con náuseas.

La casa era fría. Daba la sensación de que era algo que merecía ser destruido, por más que había sido el lugar de mi infancia. El alcohol estaba nublándome la cabeza. No estaba acostumbrado.

Con el bidón de gasolina en una mano y la bolsa de periódicos en la otra, decidí acabar con aquello lo antes posible. Primero mojé la cocina, luego la despensa. Hice lo mismo en el comedor y estaba empapando los sofás de la sala de estar cuando caí en la cuenta de que debería haber empezado por el extremo de la casa más alejado de la puerta delantera. Aquella era nuestra salida. Debería haber dejado la cocina para lo último, porque así habría podido salir corriendo sin mojarme los pies de gasolina.

Idiota.

La puerta principal que daba al porche delantero desde la sala de estar ya estaba empapada, pero también había una pequeña puerta trasera. Estaba junto al estudio del abuelo. Iría por allí.

Entonces descubrí que ya me había mojado las alpargatas con gasolina.

De acuerdo. Mantén la calma. Me las dejaría puestas hasta que terminara y luego las arrojaría al fuego detrás de mí cuando saliera corriendo.

En el estudio del abuelo, me subí a la mesa y salpiqué las librerías hasta el techo sujetando el bidón de gasolina alejado de mi cuerpo. Aún quedaba bastante combustible y aquella era mi última habitación, de modo que empapé bien los libros.

A continuación mojé el suelo, apilé los periódicos allí y retrocedí hasta el pequeño vestíbulo que conducía a la puerta trasera. Me quité los zapatos y los arrojé al montón de revistas. Me situé en un recuadro de suelo seco y dejé el bidón. Me saqué un estuche de cerillas del bolsillo de los jeans y encendí mi rollo de papel de cocina.

Arrojé el rollo en llamas sobre el material combustible y miré si ardía. El fuego prendió, creció y se extendió. A través de las anchas puertas dobles del estudio, vi que una línea de fuego recorría volando el pasillo por un lado y, por el otro, entraba en la sala de estar. El sofá se incendió.

Y entonces, delante de mí, las librerías estallaron en llamas y el papel empapado de gasolina ardió con más rapidez que todo lo demás. De pronto, el techo estaba ardiendo. No podía apartar la mirada. Las llamas eran terribles. Sobrenaturales.

Pretty boy - Zouis MaliksonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora