ESPECIAL

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"Memorias congeladas"

Para muchas personas no siempre había días soleados, o al menos no para la pelirroja que recordaba todos los días desde que tenía memoria como otoños largos, cada día pintado de gris e impregnado del olor a sangre y la violencia que la rodeaba

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Para muchas personas no siempre había días soleados, o al menos no para la pelirroja que recordaba todos los días desde que tenía memoria como otoños largos, cada día pintado de gris e impregnado del olor a sangre y la violencia que la rodeaba. La pequeña que apenas tenía doce años se empeñó en mover los dedos con habilidad sobre las teclas del piano para tratar de que las notas sobrepasaran la música en el piso de abajo y los gritos y golpes en la habitación contigua; cerró los ojos con fuerza mientras mantenía el ritmo como si de esa forma pudiese alejar aquel terrible sonido y concentrarse.

Comenzó a imaginar en donde le gustaría estar, quería llegar al claro de sus sueños, ese en donde todo era cálido y reconfortante y con las pestañas rizadas bien juntas siguió con la melodía.

Su espalda siempre descansaba sobre la hierba alta y el sol se colaba entre la arboleda espesa en donde entibiaba el ambiente; el claro era luminoso, casi como el jardín de un hada en donde el sonido de un violín siempre captaba su atención guiándola a través del bosque. Sobre el clímax de su hermoso sueño daba con el responsable de tan bello sonido, siempre de espaldas con el mentón sobre la madera del instrumento y los ojos cerrados, pero justo cuando intentaba llegar a él era arrastraba de vuelta al rincón oscuro que era su mente la mayoría de la aveces rodeándola de interferencia de imágenes borrosas que le helaban la sangre.

Pego un brinco sobre el banco cuando el golpe de la puerta contigua azoto contra la pared y la canción que había estado tocando para consolarla terminó en un chillido agudo; trago saliva y se limpió el sudor de la frente tratando de que su corazón volviese a la normalidad porque cuando se agitaba solía tener esas visiones tormentosas.

Miró sobre su hombro a la pared de donde provenía un llanto agudo; a su corta edad ya conocía bien lo que ese llanto significaba así como lo que traía detrás. A Rue nunca nadie le había tocado o azotado como a muchas de las chicas que llegaban, tampoco era obligada a lo que la mayoría de ellas si y sin embargo tampoco era tan afortunada como le hubiese gustado. Se esforzó por ignorar el llanto porque sabía que era lo que le convenía, sin embargo su corazón era más grande que sus razón la mayoría de las veces y como en el pasado nunca nadie la había atrapado cuando salía a socorrer a las chicas, le tomó dos minutos más de reflexión tomar el chándal al pie de su cama y salir de la habitación.

La música era mucho más fuerte en los pasillos a pesar de estar lejos del bar, las luces neones no le dejaban ver del todo bien y antes de echarse a correr por el pasillo asomó la cabeza para asegurarse de que los matones que custodiaban su alcoba no estuviesen cerca. Se escondió detrás de una maceta gigante cuando dos hombres altos y de traje pasaron por el otro lado y cuando desaparecieron en la esquina salió disparada hasta la habitación.

 Oscuros de amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora