PROLOGO

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Octubre, 2018.

El cielo sobre su cabeza se mostraba gris y nublado preso del clima frío e impredecible de Octubre; para cuando cruzó el umbral de la entrada, dos rayos surcaron el cielo y la lluvia cayó en forma de tela espesa sobre las bastas hectáreas de tierra en la colina; dio pasos firmes que se hundieron en la tierra húmeda, y en los charcos que se formaron a su alrededor sin preocuparse por el cuero italiano de sus zapatos o la ropa fina que llevaba encima. Finalmente y después de un tiempo de andar, alcanzó el viejo ángel de bronce bajo el roble seco de la colina; aquel viejo árbol debía lucir imponente en primavera, justo cuando las hojas era mucho más verdes y su madera estaba hidratada, pero no ahora, no justo por finales de mes ya muy cerca de noviembre en dónde lucia seco y lúgubre.

La tierra en suelo y la lluvia incesante del mes habían salpicado la lapida de mármol bajo el ángel y la había llenado de barro espeso casi hasta el tope; la miró desde su posición, y suspiró, se sintió apático como para solucionarlo en ese momento, mucho menos con el clima pues lo pensó como una perdida de tiempo <<Y recursos>>. Se obligó así mismo a hacer un pequeño espacio mental, uno junto al resto de notas mentales que ya tenía solo para recordar enviar a alguien después,—habrá que hacerse cargo.— pensó y aspiró el aire frío. Todo parecía estar cargado con el aroma específico del petricor, y cansado, deslizo la mano dentro de su gabardina, justo en el pequeño bolsito dónde guardaba la cartera de plata para el tabaco, hizo una cueva con la mano para alejarlo de la lluvia, y lo encendió. Una calada le siguió a la otra, y se concentró en el silencio sepulcral a su alrededor; le agradaban más los muertos que los vivos, o al menos en lo profundo de su ser agradecía que no pudiesen hablar, le irritaban profundamente la preguntas estupidas de las personas, y en general, cualquier pregunta. Le irritaba cualquier conversación que no iniciase primero a decir verdad, aunque en el fondo, ahí junto al montón de recuerdos frente a los que fingía demencia, extrañaba el ruido de cierta vocecita. Esa por la que se escabullía en el cementerio solo a mirar el nombre tallado de su lapida, sin flores. Nunca traía flores. Para nadie.

Eso no evitaba que otros si.

Bajo sus pies y el fango, se encontraban esparcidos pétalos marchitos de flores, todos de un tono amarillo ya viejos y húmedos. No tuvo que pensar demasiado en su remitente puesto que la lista de candidatos era corta. Muy corta.

Era de uno.

—Ahorra tu tiempo y deja de traer esa basura hasta acá.—cortó el licenció con su voz grabe, y dio la última calada al cigarrillo antes de arrojar la colilla lejos sin girarse para mirar al hombre detrás de él. Llevaba un ramo igual al marchito y viejo que yacía húmedo a los pies del Ángel y se ocultaba bajo una sombrilla.

—Es más de lo que has hecho tú por ella en todos estos años.—respondió con voz queda.

El hombre paso de él y se acuclillo frente a la lapida bajo el ángel para colocar el ramo fresco que pronto se humedeció también; limpió las hojas, y corrió el barro del nombre con el dedo. Lo hizo todo bajo la mirada intensa del peli negro sobre su espalda y luego se incorporó.

—Innecesario.—concluyó.

—Es lo que se hace por los muertos—, respondió el otro irritado—pero que vas a saber tú de hacer cosas por otros.

Retrocedió y se paro junto a él no feliz de ello solo para contemplar el ramito; mantuvo las distancias en todo momento, y corrió el paraguas evitando compartírselo y el no lo vio, pero el peli negro rodó los ojos con su actitud obvia e infantil, recordándole a aquella poca en la que habían sido niños.

 Oscuros de amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora