CAPITULO III

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"Comienza a contar los segundos que faltan"

El aire frío se cargaba del olor estéril mientras los enfermos y el personal  se paseaban entre las camillas separadas por cortinas

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El aire frío se cargaba del olor estéril mientras los enfermos y el personal se paseaban entre las camillas separadas por cortinas. Mire a la enfermera que luchaba por sacar la intravenosa, las manos le temblaban y el sudor le bajaba por la sien «Novata». Tenía el cabello peinado hacia atrás con fijador y vestía un pijama azul claro.

La mujer me atrapó observándola y aparte la mirada para que pudiese hacer su trabajo sin temblar, no tenía ganas de discutir mucho menos de sonreír para que pudiese sentirse mejor, mire al otro lado del pasillo justo hacía donde se encontraba William, tenía los brazos en jarras y el rostro serio mientras hablaba con una de las doctoras, Amanda Hamilton. Especialista en psiquiatría en el hospital central de Manhattan y mi médico de cabecera desde hace diez años.

Cerré los ojos y pase saliva, la cabeza todavía me dolía y tenía la boca seca, podía recordar todas y cada una de mis alucinaciones, pero ninguna había sido tan especifica ni tan larga como la que había padecido. Las voces y las imágenes en mi cabeza se arremolinaban entre mis recuerdos y eran como ecos distantes de sitios y personas que nunca antes había visto. Me tome la cabeza cuando el sonido de los cascos de los caballos golpeando contra el suelo me retumbó los tímpanos, era fuerte y le seguían las ruedas pesadas sobre el suelo que me taladraba la cabeza. Su recuerdo me vino a la cabeza, esa imagen suya con el rostro serio, el cabello azabache cayéndole en forma de cascada sobre los hombros y sus ojos pardos.

— ¿Tiene lápiz y papel a la mano?

La chica me miró embelesada entonces insistí con la mirada y solo entonces se puso de pie. Era torpe y chocó con las esquinas de los muebles más de una vez antes de regresar y tenderme una pequeña libreta y un bolígrafo. Trace líneas y círculos evocando su imagen y reteniéndola, quería pintarla, no siempre podía recordar con exactitud los rostros de quienes aparecían en mis alucinaciones, a decir verdad, nunca había podido verle el rostro a nadie hasta ahora y el suyo era especial, único.

— ¿Como te sientes Helena?

La voz de Amanda me aparto de mis pensamientos y la hoja termino oculta en uno de mis bolsillos.

— Mejor.– la mire. —¿Puedo irme? Tengo trabajo que hacer.

Amanda se cruzo de brazos y miró sobre su hombro en dirección a William que aún esperaba cerca de la recepción a pocos metros.

— Déjanos solas.

Su voz era seria y la enfermera se puso de pie corriendo la tela de color coral una vez que salió del espacio.

— ¿Cuanto?

Pregunte y me miró con condescendencia entonces me puse de pie.

— Supongo que ya no tengo tiempo que perder.

 Oscuros de amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora