Capítulo 2

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—¿Cómo dices? ¿Qué te vas adonde? — preguntó Natalia.

—Me voy a Madrid —repitió Amelia yendo de un lado a otro del dormitorio, con el móvil encajado en el hombro mientras sacaba ropa del armario y la arrojaba sobre la cama.

—¿A Madrid? —hizo una pausa—. ¡A Madrid! ¿Para qué? ¿Es que te has vuelto loca? ¡Te recuerdo que tienes que seguir haciendo reposo, por si lo has olvidado! ¡No podrás grabar si no te recuperas! — aulló Natalia al teléfono.

—Mi madre ha muerto en un accidente de coche —contestó seria —, y he de resolver ciertos papeleos legales.

—¿Tu madre? Oh, lo siento mucho, cariño. Nunca me habías dicho que tuvieses familia.

Amelia dobló el pantalón vaquero que tenía en las manos y se preguntó por qué no le habría hablado nunca de su familia. Natalia era su representante, pero también era su amiga. Tenían casi la misma edad, hacía años que se conocían, en cambio, era un tema que nunca habían sacado a relucir... hasta ahora.

—Salí de casa a los diecisiete años, y nunca he vuelto.

—¿Por qué?

Amelia dejó de ir de un lado a otro del dormitorio. Su mirada vagó por todos aquellos objetos, tan familiares, sin ver ninguno de ellos.

—Soy lesbiana.

—Ya lo sé, te he visto ligar con mil chicas distintas — respondió obvia, la morena podía verla dejando los ojos en blanco. Se le escapó una sonrisa.

—Era lesbiana, en mi casa no había sitio para mi—explicó.

—Entonces, ¿por qué vuelves? — preguntó dando en el clavo.

Era cierto, ¿por qué volvía? ¿Para qué regresar a una casa donde la habían señalado? ¿Qué podía esperar ahora de un padre que le había dicho que era la vergüenza de su familia?

—Para finiquitarlo todo —dijo en voz baja, invadida por sus recuerdos.

Y era cierto. La habían echado con tantas prisas que no había tenido tiempo de despedirse de nadie. Pensaba sobre todo en Luisita. No había tenido tiempo para aceptar sus sentimientos, ni siquiera para analizar lo que estaba sucediendo con su vida. Simplemente, se había levantado una mañana y de pronto se encontró subida en un autobús, saliendo de Madrid.

—¿Finiquitarlo?

—Sí, finiquitarlo. Y tal vez decida ir a ver a mi padre, para demostrarle que he sobrevivido — contestó con rabia.

—Estoy segura de que sabe que has sobrevivido, Amelia. Te recuerdo que eres una actriz reconocida y has protagonizado un par de películas, seguro que han tenido noticias tuyas, incluso en Madrid.

Amelia volvió hacia el salón, necesitaba espacio y respirar aire fresco, estaba empezando a agobiarse. Abrió las puertas correderas y salió a la terraza, sin importarle la niebla y el frío viento que le apartaba del rostro los rizos.

—Mi familia estaba bien posicionada — comenzó a contar. Natalia esperó al otro lado del teléfono, su amiga nunca había hablado de ese tema — Mi madre heredó el hotel de mi abuelo y algunos negocios más y mi padre era militar. Se puede decir que éramos bastante conocidos en el barrio donde vivíamos, por lo que tener una hija lesbiana no les hizo mucha gracia— continuó, apoyándose cansadamente en la barandilla de la terraza — Durante unos días se volvieron la comidilla de cuatro señoras aburridas, pero fue suficiente para mi padre, así que me metieron en un autobús con cien euros en el bolsillo y me dijeron que no volviese hasta haber recuperado la razón.

Llueven las lucesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora